vendredi 27 décembre 2013

Eutanásia, a posição católica

        Comité para la Defensa de la Vida

"LA EUTANASIA"

100 CUESTIONES Y RESPUESTAS SOBRE LA DEFENSA DE LA VIDA HUMANA
Y LA ACTITUD DE LOS CATÓLICOS

Febrero de 1993


 

 

 

 

 

PRESENTACIÓN

Cuando, hace casi dos años, el Comité Episcopal para la Defensa de la Vida, dependiente de la Conferencia Episcopal Española, presentó a la opinión pública el libro ”EI Aborto: 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”, ya anunció que aquel era efímero de una serie de publicaciones que verían la luz en el futuro. Una era la idea común: estudiar el valor y la dignidad de la vida humana desde la peculiar óptica que implica el tratamiento monográfico de un problema de actualidad. En aquella primera ocasión se trató del aborto; hoy, de la eutanasia.

El amplio debate social generado por aquellas” caen cuestiones sobre el aborto", la difusión lograda por el texto en España, en Hispanoamérica y en toda Europa, especialmente en los países recién salidos de la experiencia comunista, no dejó de ser un acicate importante para el Comité a la hora de dar cumplimiento a su propósito inicial de continuar aquel trabajo sobre el aborto con otros temas de similar actualidad. El millón de ejemplares vendidos de las” 100 cuestiones sobre el aborto” y las noticias de su permanente uso como instrumento de trabajo y estudio en los más variados ambientes escolares, académicos y religiosos de varios continentes, han incentivado el esfuerzo intenso del Comité Episcopal para la Defensa de la Vida que ha trabajado durante más de un año en múltiples reuniones plenarias y de ponencia, para perfilar el texto que ahora se hace público.

Médicos, filósofos, farmacéuticos, enfermeras, teólogos, juristas, moralistas, han escrito, reescrito, discutido y redactado finalmente este texto sobre la eutanasia durante largos meses de trabajo, pretendiendo lograr un producto final fiel al doble objetivo de esta colección de trabajos: rigor técnico y científico en el tratamiento y claridad y sencillez en la exposición.

Mientras preparábamos este trabajo se han celebrado dos referendums en los EE.UU., sobre la eutanasia, rechazando en ambos la mayoría de los ciudadanos su legalización; se ha reabierto en Holanda el debate - una vez más en aquel país - sobre la despenalización de las prácticas eutanásicas; en distintos países han saltado a los medios de comunicación social noticias sobre "casos", sentencias, opiniones y propuestas referentes a la eutanasia. Estos hechos no han alterado el plan de trabajo del Comité, aunque hayan sido estudiados, valorados y considerados.

Cuando nuestro trabajo estaba casi acabado, el Gobierno Español ha aprobado un Proyecto de Código Penal - actualmente en trámite en el Congreso de los Diputados - en el que se regula la eutanasia como un delito singular acreedor a una pena sensiblemente más liviana que la del homicidio. Se Inicia así en nuestro país la tendencia de "comprensión jurídica" hacia las prácticas eutanásicas que, nos tememos, puede acabar a corto plazo con su total impunidad como ha sucedido con el aborto, despenalizado parcialmente para atender a determinados "casos extremos” y legalizado en la práctica hasta el punto de constituir ya un lucrativo negocio amparado incluso por determinadas instituciones del Estado.

La iniciativa legislativa del Gobierno hace de total actualidad el presente trabajo que pretende servir como elemento de reflexión para todos los ciudadanos - también para quienes emiten su voto como Diputados y Senadores - y como factor de formación para la conciencia ilustrada de los católicos.

Este documento aborda la eutanasia sin rehuir ni ocultar los argumentos de sus partidarios; sin omitir los puntos de vista más conflictivos; sin silenciar los temas más polémicos, pues creemos que la sociedad - los católicos y quienes no lo son - puede y debe dedicar un tiempo razonable a reflexionar y lo formarse antes de emitir un juicio sobre cuestión de tal relevancia.

En nuestro tiempo crecen sentimientos de ideas muy acordes con la idea de hombre, de justicia y de derechos humanos que subyace en este trabajo, pero a la vez se imponen en nuestras sociedades prácticas incompatibles con la dignidad humana. El Comité Episcopal para la Defensa de la Vida está convencido de que podemos impulsar los aspectos más positivos de nuestra cultura si todos hacemos un esfuerzo para ser coherentes con el humanismo que ha inspirado los aspectos más positivos de la Modernidad. Por ello, ofrece a la consideración responsable de todos los ciudadanos - también de los políticos, los médicos, educadores, familias y demás personas que han de decidir sobre la eutanasia -, un trabajo que se inspira en un profundo respeto por cada hombre, por cada mujer, por cada ser humano, que - para quienes creemos en Dios - es objeto de un amor singular y personal desde antes de la creación y no acabará jamás, proyectándose tras la muerte por la eternidad.

 

Cardenal Narciso Jubany Arnau

Presidente del Comité Episcopal

 

 

 

 

 

para la Defensa de la Vida


I.       TERMINOLOGÍA

1.       ¿Qué es la eutanasia?

La palabra “eutanasia” a lo largo de los tiempos ha significado realidades muy diferentes. Etimológicamente, eutanasia (del griego “eu”, bien, “Thánatos”, muerte) no significa otra cosa que buena muerte, bien morir, sin más.

Sin embargo, esta palabra ha adquirido desde antiguo otro sentido, algo más específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Pero todavía este sentido es muy ambiguo, puesto que la eutanasia, así entendida, puede significar realidades no sólo diferentes, sino opuestas profundamente entre sí, como el dar muerte al recién nacido deficiente que se presume que habrá de llevar una vida disminuida, la ayuda al suicida para que consume su propósito, la eliminación del anciano que se presupone que no vive ya una vida digna, la abstención de persistir en tratamientos dolorosos o inútiles para alargar una agonía sin esperanza humana de curación del moribundo, etc.

2.       ¿Qué se entiende hoy por eutanasia?

Hoy, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere.

Sin embargo, en el debate social acerca de la eutanasia, no siempre se toma esta palabra en el mismo sentido, e incluso a veces se prefiere, según el momento, una u otra acepción para defender tal o cual posición dialéctica. Esto produce con frecuencia la esterilidad del debate y, sobre todo, grave confusión en el común de las gentes.

3.       ¿Es, pues, especialmente importante el significado de las palabras en esta materia?

Es de extrema importancia, porque, según la significación que se dé al término eutanasia, su práctica puede aparecer ante las gente como un crimen inhumano o como un acto de misericordiosa solidaridad. Estas diferencias tan enormes obedecen con frecuencia a la distinta manera de entender la significación de la palabra, es decir, la realidad que se quiere designar.

No se puede ignorar, sin embargo, que en el debate público también se da no pocas veces, por parte de los patrocinadores de la eutanasia, una cierta manipulación - querida o no - de las palabras, cuyo resultado es presentar ante la opinión pública la realidad de la eutanasia como algo más inocuo de lo que es (se dice "muerte dulce", "muerte digna"), y propiciar así su aceptación social; como si no existiera, o fuera secundario, el hecho central de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles o altruistas que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción y por poco llamativos que sean los medios que utilice para realizarla.

Todo esto no quiere decir que el debate sobre la eutanasia dejaría de existir si todos hablásemos de lo mismo y otorgásemos al término idéntico significado. El debate también se produciría aun cuando por eutanasia todos entendiesen una sola cosa: el causar la muerte de otro, con su consentimiento o no, para evitarle dolores físicos o padecimientos de otro tipo, considerados insoportables.

Tomada la eutanasia de esta manera, existen algunas personas y grupos partidarios de legalizarla y de darle respetabilidad social, porque interpretan que la vida humana no merece ser vivida más que en determinadas condiciones de plenitud, frente a la convicción mayoritaria que considera, por el contrario, que la vida humana es un bien superior y un derecho inalienable e indisponible, es decir, que no puede estar al albur de la decisión de otros, ni de la de uno mismo.

4.       ¿Qué se va a entender por eutanasia en esta obra?

Llamaremos eutanasia a la actuación cuyo objeto es causar muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna.

Así considerada, la eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidado.

5.       ¿Por qué se escoge esta definición?

Porque en ella están los elementos esenciales que configuran un fenómeno complejo como es la eutanasia:

·       la muerte ha de ser el objetivo buscado, ha de estar en la intención de quien practica la eutanasia: no es eutanasia, por tanto, el aplicar un tratamiento necesario para aliviar el dolor, aunque acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido, ni puede llamarse eutanasia al resultado de muerte por imprudencia o accidente;

·       puede producirse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negarle la asistencia médica debida); ha de buscarse la muerte de otro, no la propia. No consideraremos el suicidio como forma peculiar o autónoma de eutanasia,

Los motivos son un elemento sustancial para hablar de eutanasia con propiedad.

·         puede realizarse porque la pide el que quiere morir. La ayuda o cooperación al suicidio sí la consideramos una forma de eutanasia;

·       puede realizarse para evitar sufrimientos, que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles; o bien porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable (deficiencias psíquicas o físicas graves, enfermedades degradantes del organismo, ancianidad avanzada, etc.).

El sentimiento subjetivo de estar eliminando el dolor o las deficiencias ajenas es elemento necesario de la eutanasia; de lo contrario estaríamos ante otras formas de homicidio.

6.       ¿No es muy estricto el significado de la eutanasia expuesto?

Más que estricto quiere ser preciso, y eso por dos razones: primera, porque solo acotando con precisión la realidad que se quiere designar será posible saber a qué nos estamos refiriendo; segunda, porque este significado coincide también con lo que los patrocinadores de la legalización de la eutanasia quieren que prospere: que se legitime el que un hombre dé muerte a otro dadas ciertas circunstancias.

Como más adelante se verá, por ejemplo, la renuncia a la obstinación terapéutica sin esperanza - que se suele designar como encarnizamiento terapéutico - merece una consideración aparte y, en sentido estricto, no puede considerarse eutanasia, aunque desde el mero punto de vista etimológico sea, desde luego, una forma de favorecer la "buena muerte". Este es un ejemplo concreto de lo fácilmente que se introduce la confusión en esta materia por los diversos significados que pueden darse a una misma palabra.

7.       ¿Cuántas clases de eutanasia hay?

Según el criterio que se emplee, hay diversas clasificaciones del fenómeno de la eutanasia que dependen también del significado que se dé al término.

Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria o involuntaria, según ser solicitada por quien quiere que le den muerte o no; perinatal, agónica, psíquica o social, según se aplique a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas o gravosas, etc. Algunos hablan de auto eutanasia refiriéndose al suicidio, pero eso no es, propiamente, una forma de eutanasia, aunque muchos de sus patrocinadores defienden también, con arreglo a su propia lógica, el derecho al suicidio.

Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue entre eutanasia activa y pasiva, según provoque la muerte a otro por acción o por omisión, o entre eutanasia directa e indirecta: la primera sería la que busca que sobrevenga la muerte, y la segunda la que busca mitigar el dolor físico, aun a sabiendas de que ese tratamiento puede acortar efectivamente la vida del paciente; pero esta última no puede tampoco llamarse propiamente eutanasia.

Existen muchas más clasificaciones posibles y una misma acción puede, a su vez, incluirse en varias de las modalidades referidas aquí. Pero todo esto es, en el fondo, secundario, y con frecuencia contribuye a aumentar la confusión sobre la realidad del problema, en lugar de ayudar a esclarecer la cuestión. De ahí que, para poder referirnos a un concepto que admitan tanto los partidarios de la eutanasia como los defensores de la vida, la hayamos definido en los términos expuestos más arriba, sin detenernos en ulteriores divisiones o clasificaciones.

8.       ¿Qué se entiende por distanasia?

La distanasia (del griego "dis", mal, algo mal hecho, y "thánatos", muerte) es etimológicamente lo contrario de la eutanasia, y consiste en retrasar el advenimiento de la muerte todo lo posible, por todos los medios, proporcionados o no, aunque no haya esperanza alguna de curación y aunque eso signifique infligir al moribundo unos sufrimientos añadidos a los que ya padece, y que, obviamente, no lograrán esquivar la muerte inevitable, sino sólo aplazarla unas horas o unos días en unas condiciones lamentables para el enfermo.

La distanasia también se llama "ensañamiento" y, “encarnizamiento terapéutico", aunque sería más preciso denominarla "obstinación terapéutica".

9.       ¿Qué es la ortotanasia?

Con esta palabra (del griego "orthos", recto, y "thánatos", muerte), se ha querido designar la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable en fase terminal. La ortotanasia estaría tan lejos de la eutanasia, en el sentido apuntado aquí, como de la distanasia u obstinación terapéutica. Este término, reciente, no se ha consagrado más que en ciertos ambientes académicos, sin hacer fortuna en el léxico habitual de la calle; pero su sola acuñación revela la necesidad de acudir a una palabra distinta de "eutanasia" para designar precisamente la buena muerte, que es lo que se supone que tendría que significar la eutanasia, y que sin embargo ya no significa, porque designa la otra realidad mencionada: una forma de homicidio.

10.     ¿Estamos, pues, ante el "secuestro" de la palabra "eutanasia"?

Más bien habría que hablar de la desvirtuación de su significado, que se ha debido tanto al deseo de algunos de hacer más aceptable socialmente el "homicidio por compasión" (y desde este punto de vista puede hablarse de "secuestro" de esta palabra), como a la inexistencia de un término adecuado para designar esta clase de homicidio. Esta es una de las razones por las que el aspecto terminológico es de suma importancia en toda esta cuestión.

11.     ¿Cuáles son los principales argumentos que se emplean para promover la legalización de la eutanasia?

Se suele promover la legalización de la eutanasia y su aceptación social con cinco clases de argumentos:

·       el derecho a la muerte digna, expresamente querida por quien padece sufrimientos atroces;

·       el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, en uso de su libertad y autonomía individual;

·       la necesidad de regular una situación que existe de hecho. Ante el escándalo de su persistencia en la clandestinidad;

·       el progreso que representa suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal, ya que se trataría de vidas que no pueden llamarse propiamente humanas;

·       la manifestación de solidaridad social que significa la eliminación de vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y para la propia sociedad.

No todos los partidarios de la eutanasia comparten todos estos argumentos; pero todos, en cambio, comparten los dos primeros, y a menudo el tercero.

A lo largo de este texto iremos refiriéndonos a cada uno de dichos argumentos para examinarlos en su propio contexto.


II.      EL HOMBRE, ANTE EL DOLOR Y LA MUERTE

12.     El dolor y la muerte, ¿forman parte de la vida humana o, por el contrario, son obstáculos para ella?

El dolor y la muerte forman parte de la vida humana desde que nacemos en medio de los dolores de parto de nuestra madre hasta que morimos causando dolor a los que nos quieren y sufriendo por el propio proceso que lleva a la muerte. A lo largo de toda la existencia, el dolor - físico o moral - está presente de forma habitual en todas las biografías humanas: absolutamente nadie es ajeno al dolor. El producido por accidentes físicos - pequeños o grandes - es compañero del hombre en toda su vida; el dolor moral (producto de la incomprensión ajena, la frustración de nuestros deseos, la sensación de impotencia, el trato injusto, etc.) nos acompaña desde la más tierna infancia hasta los umbrales de la muerte.

El dolor - y su aspecto subjetivo, el sufrimiento - forma parte de toda vida humana y de la historia de la humanidad: así lo acreditan la experiencia personal de cada uno de nosotros y la literatura universal, en la que la experiencia del dolor es no sólo motivo de inspiración, sino objeto de reflexión constante.

La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que - quiérase o no, guste o no - constituye el horizonte natural del proceso vital. La muerte es la culminación prevista de la vida, aunque incierta en cuanto a cuándo y cómo ha de producirse; y, por lo tanto, forma parte de nosotros porque nos afecta la de quienes nos rodean y porque la actitud que adoptamos ante el hecho de que hemos de morir determina en parte cómo vivimos.

El dolor y la muerte no son obstáculos para la vida, sino dimensiones o fases de ella. Obstáculo para la vida es la actitud de quien se niega a admitir la naturalidad de estos hechos constitutivos de toda vida sobre la tierra, intentando huir de ellos como si fuesen totalmente evitables, hasta el punto de convertir tal huida en valor supremo: esta negación de la propia realidad sí que puede llegar a ser causa de deshumanización y de frustración vital.

13.     ¿Debería, entonces, todo hombre renunciar a huir del dolor en general, y del dolor de la agonía en particular?

Todo ser humano huye por instinto del dolor y de cuanto cause sufrimiento, y esta actitud es adecuada a la constitución natural del hombre, que está creado para ser feliz y, por tanto, reacciona con aversión ante lo que atente a su felicidad.

El rechazo de lo doloroso, de lo que causa sufrimiento, es, en consecuencia, natural en el hombre. Y, por ello, este rechazo es justo y no censurable. Sin embargo, convertir la evitación de lo doloroso en el valor supremo que haya de inspirar toda conducta, tratar de huir del dolor a toda costa y a cualquier precio, es una actitud que acaba volviéndose contra los que la mantienen, porque supone negar de raíz una parte de la realidad del hombre, y este error puede llevar fácilmente a cometer injusticias y actos censurables por antihumanos, aunque pueda parecer superficialmente otra cosa.

Estas ideas son especialmente patentes en el caso de la agonía, de los dolores que, eventualmente, pueden preceder a la muerte. Convertir la ausencia del dolor en el criterio preferente y aun exclusivo para reconocer un pretendido carácter digno de la muerte puede llevar a legitimar homicidios - bajo el nombre de eutanasia - y a privar a la persona moribunda del efecto humanizador que el mismo dolor puede tener.

14.     ¿Significa eso que el dolor tiene algún valor positivo para una vida humana?

El dolor y el sufrimiento, como cualquier otra dimensión natural de toda vida humana tienen también un valor positivo si nos ayudan a comprender mejor nuestra naturaleza y sus limitaciones, si sabemos integrarlos en nuestro proceso de crecimiento y maduración. Todo hombre se hace a sí mismo durante su vida realizando las posibilidades de plenitud que están en su constitución natural, o rechazando tales posibilidades.

Es experiencia universal que el dolor no puede evitarse totalmente y que puede ser fuente de humanización personal y de solidaridad social. La persona que sufre y acepta su sufrimiento llega a ser más humana, pues comprende y hace suya una dimensión básica de la vida que ayuda a hacer más rica la personalidad. Quien a toda costa pretende huir del dolor, probablemente destruya sus posibilidades de ser feliz, pues es imposible tal fin.

La experiencia de la humanidad es que el dolor, si se admite como una dimensión de la vida contra la que se debe luchar, pero que es inevitable, es escuela que puede ayudar a que existan vidas humanas más plenas.

15.     Si la muerte es inevitable, y el dolor es una “escuela de vida”, ¿qué sentido tienen los esfuerzos de la investigación científica para mitigar el dolor y para alejar lo más posible el momento de la muerte?

El dolor es inevitable en toda vida humana, pero todos tenemos la clara idea de que el hombre aspira a la felicidad. Por ello, esforzarse en mitigar el dolor es positivo, pero esta finalidad es absurda, por imposible, si erradicar el dolor se convierte en bien absoluto ante el cual deben subordinarse el resto de los fines nobles del actuar humano. En toda vida humana se dan dimensiones o facetas que no siempre resultan congruentes entre sí en caso de pretender darles valor absoluto a cada una de ellas; todo ser humano tiene derecho a defender sus opiniones, pero si convierte este derecho en valor absoluto, probablemente acabará siendo un dictador para los demás; todo hombre ansía su bienestar, pero si pone esta dimensión de su naturaleza por encima de cualquier otra consideración, será incapaz de cualquier manifestación de generosidad, etc.

Con el dolor pasa lo mismo: luchar por mitigarlo es positivo, y el esfuerzo de la ciencia moderna en tal sentido es encomiable, pero convertir esta lucha y este esfuerzo en valor absoluto es, además de quimérico, injusto, pues obligaba a renunciar a otras dimensiones valiosas de la vida humana.

Algunas ideologías en el último siglo han considerado determinadas dimensiones parciales o relativas del ser humano como valores absolutos y, al hacerlo, han generado clamorosas injusticias: así ha sucedido con quienes han construido su visión del mundo exclusivamente sobre la raza, el color, la clase social, la nación o la ideología. Cualquier filosofía o actitud vital que convierta en absoluta una de las dimensiones o facetas de la pluriforme realidad humana, conduce a planteamientos injustos y antihumanistas, pues el humanismo exige equilibrio y una visión global, integral, del ser humano sobre la tierra.

Esto, que es evidente en las ideologías totalitarias, no aparece con tanta claridad en las actitudes actualmente proclives a ver la salud como bien absoluto y la ausencia de dolor como valor supremo del hombre, pero el fenómeno es el mismo: de estas actitudes dimana la legitimación de acciones contra quienes no responden a ese ideal absoluto de "calidad de vida": los deficientes, los enfermos, los moribundos, los ancianos, etc.

16.     ¿Es natural el miedo a morir?

Es natural tener miedo a morir, pues el hombre en la felicidad, y la muerte se presenta como una ruptura traumática de destino incierto. La explicación bíblica de la muerte como consecuencia del pecado y, por tanto, como elemento ajeno a la naturaleza primigenia del hombre, encaja perfectamente con la psicología personal y colectiva que acredita una resistencia instintiva ante la muerte.

Sin embargo, puede llevar a resultados inhumanos convertir en absoluto este rechazo a la muerte, innato en el hombre: la muerte es un hecho, y un ser humano adulto ha de aceptarla como tal, pues de lo contrario se situaría contra su propia realidad.

17.     ¿Es natural el miedo al modo de morir?

Desde luego, es natural sentir miedo a una muerte dolorosa, como es natural tener miedo a una vida sumida en el dolor. Si esta aversión se lleva al extremo, se convierte la huida del dolor en un valor absoluto, ante el cual todos los demás han de ceder. El miedo a un modo de morir doloroso y dramático puede llegar a ser tan intenso que, al anular todos los demás valores, puede conducir a desear la muerte misma como medio de evitar tan penosa situación. Este es, de hecho, el principal estímulo para quienes preconizan la aceptación legal y social de la eutanasia. Pero la experiencia demuestra que cuando un enfermo que sufre pide que lo maten, en realidad está pidiendo casi siempre que le alivien los padecimientos, tanto los físicos como los morales, que a veces superan a aquellos: la soledad, la incomprensión, la falta de afecto y consuelo en el trance supremo. Cuando el enfermo recibe alivio físico y consuelo psicológico y moral, deja de solicitar que acaben con su vida, según la experiencia común.

18.     ¿No hay, pues, fronteras definidas que delimiten cuándo es bueno aceptar el dolor y la muerte, y cuándo es bueno tratar de evitarlos?

Es bueno aceptar el hecho cierto e inevitable del dolor, y también es bueno luchar por mitigarlo. Es bueno luchar por vencer a la enfermedad, y no es bueno eliminar seres humanos enfermos para que no sufran. Es bueno luchar en favor de la vida contra la muerte, y no es bueno, porque no es realista, rechazar la muerte como si se pudiera evitar. Pero no existe un catálogo de soluciones que pueda resolver todas las dudas y las perplejidades con que nos enfrentamos ante la realidad del dolor y de la muerte. Lo mismo ocurre con muchas otras situaciones de la vida, en las que no es posible establecer normas rígidas, sino que hemos de actuar, basados en el conocimiento de los principios generales, con un criterio recto y prudente.

19.     ¿Y no podían ser los motivos de nuestra actuación un criterio adecuado?

Es necesario saber que los motivos por los que actuamos (compasión, deseo de que seres queridos no sufran...) no pueden cambiar el fin intrínseco de nuestro actuar, que en la eutanasia es privar de la vida a otro o cooperar a que se suicide. Si los motivos prevalecieran sobre la naturaleza de los actos hasta el punto de hacer a éstos social y jurídicamente justificables, no sería posible la convivencia, pues cualquier acto, fuera el que fuese, podría quedar legitimado en virtud de los motivos íntimos de su autor. Se puede y se debe comprender y ayudar a quien obra torcidamente; también se pueden y se deben valorar las circunstancias que influyen en los actos humanos, y modifican la responsabilidad. Pero la norma general no puede decir nunca que está bien lo que está mal, por mucho que el autor de la acción crea hacer algo bueno. El fin - el motivo subjetivo - no justifica los medios - en este caso, matar -.

Quienes proponen la admisibilidad ética y jurídica de la eutanasia confunden a menudo la disposición moral íntima de las personas con lo que las leyes o la sociedad deben tener como aceptable; y confunden también las circunstancias que pueden atenuar la responsabilidad, e incluso anularla, con lo que la norma general debe disponer.

20.     A pesar de todo, hay quienes creen que una muerte dolorosa o un cuerpo muy degradado serían más indignos que una muerte rápida y "dulce", producida cuando cada uno dispusiera.

En su naturaleza última, el dolor y la muerte humanos encierran un misterio, que no es otro que el misterio del mismo ser humano puesto en esta tierra; es también el misterio de la libertad y del amor, que son realidades vivas e íntimas, aunque intangibles, y que no encuentran explicación suficiente en la física o la química.

El dolor y la muerte no son criterios aptos para medir la dignidad humana, pues ésta conviene a todos los seres humanos por el hecho de serlo; el dolor y la muerte serán dignos si son aceptados y vividos por la persona; pero no lo serán si alguien los instrumentaliza para atentar contra esa persona.

Una muerte digna no consiste sólo en la ausencia de tribulaciones externas, sino que nace de la grandeza de ánimo de quien se enfrenta a ella. Es claro que, llegado el momento supremo de la muerte, el protagonista de este trance ha de afrontarlo en las condiciones más llevaderas posibles, tanto desde el punto de vista del dolor físico como también del sufrimiento moral. Los analgésicos y la medicina paliativa (de la que se hablará en otro lugar) por un lado, y el consuelo moral, la compañía, el calor humano y el auxilio espiritual, por otro, son los medios que enaltecen la dignidad de la muerte de un ser humano que siempre, aun en el umbral de la muerte, conserva la misma dignidad.


III.     LA MEDICINA ANTE LA EUTANASIA

21.     La cuestión de la eutanasia, ¿Es un problema médico?

La eutanasia, tal y como la plantean los defensores de su legalización, afecta de lleno al mundo de la Medicina, puesto que las propuestas de sus patrocinadores siempre hacen intervenir al médico o al personal sanitario. Pero la cuestión de la eutanasia no es, propiamente hablando, un problema médico, o no tendría que serlo.

La eutanasia merece la misma calificación ética si la practica un médico o una enfermera en el técnico ambiente de un hospital que si la practica, por otro medio cualquiera, un familiar o un amigo de la víctima. En ambos casos se trata de un hombre que da muerte a otro.

La eutanasia no es una forma de Medicina, sino una forma de homicidio; y si la practica un médico, éste estará negando la Medicina.

22.     ¿Por qué la eutanasia es la negación de la Medicina?

Porque la razón de ser de la Medicina es la curación del enfermo en cualquier fase de su dolencia, la mitigación de sus dolores, y la ayuda a sobrellevar el trance supremo de la muerte cuando la curación no es posible. La eutanasia, por el contrario, no sólo es la renuncia a esa razón de ser, sino que consiste en la deliberada decisión de practicar justamente lo opuesto a la Medicina, ya que es dar muerte a otro, aunque sea en virtud de una presunta compasión. Cualquiera es perfectamente capaz de advertir la diferencia sustancial que existe entre ayudar a un enfermo a morir dignamente y provocarle la muerte.

La eutanasia no es una técnica, un recurso de la Medicina: la eutanasia expulsa a la Medicina, la sustituye. La eutanasia, además, precisamente por ser la negación de la Medicina, se vuelve contra el médico que la practique.

23.     ¿Por qué la eutanasia se vuelve contra el médico que la practique?

Por dos razones: por un lado es fácil que el médico se deslice hacia una habitualidad en la práctica de la eutanasia una vez admitido el primer caso; y, por otro lado, la eutanasia acaba con la base del acto médico: la confianza del paciente en el médico.

Cuando un médico ha dado muerte a un paciente por piedad hacia él, ha dado ya un paso que tiene muy difícil retorno. Los que padecen una misma enfermedad se parecen mucho entre sí en los síntomas, las reacciones, los sufrimientos. Cuando un médico se ha sentido "apiadado" de un enfermo hasta el punto de decidir quitarle la vida para ahorrarle padecimientos, será ya relativamente fácil que experimente idéntico estado de ánimo ante otro que padezca el mismo mal; y esta circunstancia puede sobrevenir con relativa frecuencia, porque la especialización profesional impone a la práctica totalidad de los médicos la necesidad de tratar a enfermos muy semejantes unos de otros. En tal situación, las virtudes propias del médico (la no discriminación en el tratamiento a unos u otros enfermos, la previsión de dolencias o complicaciones futuras) se convierten en factores potencialmente multiplicadores de la actividad eutanásica, porque es muy difícil determinar la frontera que separa la gravedad extrema de la situación crítica, o los padecimientos enormes de los padecimientos insoportables, sean físicos o anímicos.

Por otro lado, no es posible que exista la Medicina si el paciente en vez de tener confianza en su médico hasta poner su vida, salud e integridad física en sus manos, llega a tenerle miedo porque no sabe si el profesional de la Medicina o la enfermera que se ocupan de su salud van a decidir que su caso es digno de curación o susceptible de eutanasia.

Si se atribuyese a los médicos el poder de practicar la eutanasia, éstos no serían ya una referencia amiga y benéfica sino, por el contrario, temida y amenazadora, como sucede ya en algunos hospitales holandeses.

La humanidad ha progresado en humanitarismo retirando a los gobernantes y los jueces el poder de decretar la muerte (abolición de la pena de muerte). Los partidarios de la eutanasia pretenden dar un paso atrás, otorgando tal poder a los médicos. De conseguir tal propósito lograrían dos retrocesos por el precio de uno: recrearían una variedad de muerte legal y degradarían, tal vez irreversiblemente, el ejercicio de la Medicina.

24.     ¿No es muy sutil la línea divisoria entre la eutanasia y la cesación de unos cuidados ya inútiles?

Sólo en contadas situaciones terminales sin esperanza humana, la apariencia de los gestos del médico puede guardar semejanza en ambos casos; pero el médico sabe, sin género de dudas, lo que hay en su intención: sabe si lo que realiza tiene por objeto causar la muerte del enfermo o si, por el contrario, está renunciando al encarnizamiento terapéutico. Lo primero nunca será admisible; lo segundo lo es.

25.     ¿Qué es el encarnizamiento terapéutico?

Con esta denominación, o la de "ensañamiento terapéutico" - que acaso sean menos acertadas que la de "obstinación terapéutica", que refleja mejor la intención con que se practica -, se quiere designar la actitud del médico que, ante la certeza moral que le dan sus conocimientos de que las curas o los remedios de cualquier naturaleza ya no proporcionan beneficio al enfermo y sólo sirven para prolongar su agonía inútilmente, se obstina en continuar el tratamiento y no deja que la naturaleza siga su curso.

Esta actitud es consecuencia de un exceso de celo mal fundamentado, derivado del deseo de los médicos y los profesionales de la salud en general de tratar de evitar la muerte a toda costa, sin renunciar a ningún medio, ordinario o extraordinario, proporcionado o no aunque eso haga más penosa la situación del moribundo.

En otras ocasiones cabe hablar más propiamente de ensañamiento terapéutico, cuando se utiliza a los enfermos terminales para la experimentación de tratamientos o instrumentos nuevos. Aunque esto no sea normal en nuestros días, la historia, por desgracia, nos aporta algunos ejemplos.

En cualquier caso, la obstinación terapéutica es gravemente inmoral, pues instrumentaliza a la persona subordinando su dignidad a otros fines.

26.     ¿No se plantea aquí otra frontera imprecisa para distinguir la obstinación terapéutica de unos cuidados solícitos y constantes?

Ciertamente, así es. No hay una regla matemática para calibrar si existen o no esperanzas fundadas de curación. La práctica médica cuenta con abundantes experiencias de enfermos que parecían irrecuperables y que, sin embargo, salieron adelante de trances muy comprometidos. La solución de esos conflictos sólo puede venir del criterio claro según el cual hay que hacer un uso proporcionado de los medios terapéuticos. El médico ha de respetar la dignidad de la persona humana y no dejarse vencer por un tecnicismo médico abusivo.

27.     ¿Y no es ésta una forma de eutanasia?

No. Refiriéndonos siempre al enfermo terminal y ante la inminencia de una muerte inevitable, médicos y enfermos deben saber que es lícito conformarse con los medios normales que la Medicina puede ofrecer, y que el rechazo de los medios excepcionales o desproporcionados no equivale al suicidio o a la omisión irresponsable de la ayuda debida a otro, sino que significa sencillamente la aceptación de la condición humana, una de cuyas características es la muerte inevitable.

Pueden darse casos concretos en que sea difícil adoptar una decisión ética y profesionalmente correcta, como sucede en otros muchos aspectos de la vida: el juez que debe decidir si alguien es culpable o inocente cuando las pruebas no son claramente taxativas; el profesor que debe optar entre aprobar o suspender a un alumno y tiene dudas razonables del acierto o desacierto de cualquiera de las opciones; el padre de familia que duda entre la severidad o la indulgencia ante un hijo con problemas, etc. En estos casos, una norma moral adecuada es prescindir de los posibles motivos egoístas de la propia decisión y aconsejarse de otros expertos para decidir prudentemente. Con estos requisitos, un médico - como un juez, un profesor o un padre - puede equivocarse, pero no cometerá un crimen.

28.     Pero, ¿cómo distinguir los medios terapéuticos ordinarios de los extraordinarios?

Evidentemente, es inútil establecer una casuística objetiva de los medios ordinarios y extraordinarios, porque eso depende de factores tan cambiantes como la situación del paciente, el estado de la investigación en un momento dado, las condiciones técnicas de un determinado hospital, el nivel medio de la asistencia sanitaria de uno u otro país, etc. Lo que respecto a un paciente en unas circunstancias concretas se estima como medio ordinario, puede tener que considerarse como extraordinario respecto a otra persona, o pasado un tiempo, o en otro lugar. De hecho, así ocurre constantemente en la realidad cotidiana.

Ante estos problemas ciertos de interpretación, algunos prefieren no hablar de medios ordinarios y extraordinarios, sino más bien de medios proporcionados y desproporcionados a la situación de cada enfermo, pues de este modo se puede aquilatar mejor la decisión en cada caso.

De acuerdo con esto, cuando existe en un enfermo en peligro próximo de muerte la posibilidad cierta de recuperación (por ejemplo, un paciente joven en coma por un traumatismo producido en un accidente), la Medicina considera que son proporcionados todos los medios técnicos posibles, porque existe una esperanza fundada de salvarle la vida. El problema se manifiesta cuando no se confía ya en la recuperación sino sólo en un alargamiento de la vida o, más exactamente, de la agonía. Entonces es cuando la prudencia del médico debe aconsejarle rechazar la actitud de obstinarse en prodigar unos medios que ya son inútiles y, en todo caso, respetando la voluntad del propio enfermo moribundo, si está en condiciones de manifestarla.

Por otra parte es legítimo que un enfermo moribundo prefiera esperar la muerte sin poner en marcha un dispositivo médico desproporcionado a los insignificantes resultados que de él se puedan seguir; como es legítimo también que tome esta decisión pensando en no imponer a su familia o a la colectividad unos gastos desmesurados o excesivamente gravosos. Esta actitud, por la ambigüedad del lenguaje, podría confundirse, para los no avisados, con la actitud eutanásica por razones socio - económicas, pero existe una diferencia absolutamente esencial: la que va de la aceptación de la muerte inevitable a su provocación intencionada.

29.     ¿Existen, pues, unos derechos del enfermo moribundo?

Ciertamente. El derecho a una auténtica muerte digna incluye:

·     el derecho a no sufrir inútilmente;

·     el derecho a que se respete la Libertad de su conciencia;

·     el derecho a conocer la verdad de su situación;

·     el derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las intervenciones a que se le haya de someter;

·     el derecho a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos y sucesores en el trabajo;

·     el derecho a recibir asistencia espiritual.

El derecho a no sufrir inútilmente y el derecho a decidir sobre sí mismo amparan y legitiman la decisión de renunciar a los remedios excepcionales en la fase terminal, siempre que tras ellos no se oculte una voluntad suicida.

 

30.     Y estos derechos ¿no pueden legitimar alguna forma de eutanasia "pasiva" (por omisión)?

No. Cuando la muerte aparece como inevitable porque ya no hay remedios eficaces, el enfermo puede determinar, si está en condiciones de hacerlo, el curso de sus últimos días u horas mediante alguna de estas decisiones:

·     aceptar que se ensayen en él medicaciones y técnicas en fase experimental, que no están libres de todo riesgo. Aceptándolas, el enfermo podrá dar ejemplo de generosidad para el bien de la Humanidad;

·     rechazar o interrumpir la aplicación de esos remedios;

·     contentarse con los medios paliativos que la Medicina le pueda ofrecer para mitigar el dolor, aunque no tengan ninguna virtud curativa; y rechazar medicaciones u operaciones en fase experimental, porque sean peligrosas o resulten excesivamente caras. Este rechazo no equivale al suicidio, sino que es expresión de una ponderada aceptación de la inevitabilidad de la muerte;

·     en la inminencia de la muerte, rechazar el tratamiento obstinado que únicamente vaya a producir una prolongación precaria y penosa de su existencia, aunque sin rehusar los medios normales o comunes que le permiten sobrevivir.

En estas situaciones está ausente la eutanasia, que implica - repitámoslo - una deliberada voluntad de acabar con la vida del enfermo. Es un atentado contra la dignidad de la persona la búsqueda deliberada de su muerte, pero es propio de esa dignidad el aceptar su llegada en las condiciones menos penosas posibles. Y es en el fondo del corazón del médico y del paciente donde se establece esta diferencia entre provocar la muerte o esperarla en paz y del modo menos penoso posible, mediante unos cuidados que se limiten a mitigar los sufrimientos finales.

31.     ¿Cómo se puede paliar el dolor del enfermo terminal?

Uno de los derechos del enfermo es el de no sufrir un dolor físico innecesario durante el proceso de su enfermedad. Pero la experiencia nos muestra que el enfermo, especialmente el enfermo en fase terminal, experimenta, además del dolor físico, un sufrimiento psíquico o moral intenso, provocado por la colisión entre la proximidad de la muerte y la esperanza de seguir viviendo que aún alienta en su interior. La obligación del médico es suprimir la causa del dolor físico o, al menos, aliviar sus efectos; pero el ser humano es una unidad, y al médico y demás personal de enfermería compete, junto a los familiares, también la responsabilidad de dar consuelo moral y psicológico al enfermo que sufre.

Frente al dolor físico, el profesional de la sanidad ofrece la analgesia; frente a la angustia moral, ha de ofrecer consuelo y esperanza. La deontología médica impone, pues, los deberes positivos de aliviar el sufrimiento físico y moral del moribundo, de mantener en lo posible la calidad de la vida que declina, de ser guardián del respeto a la dignidad de todo ser humano.

32.     ¿Qué significa " Medicina paliativa” ?

La Medicina paliativa es una forma civilizada de entender y atender a los pacientes terminales, opuesta principalmente a los dos conceptos extremos ya aludidos: obstinación terapéutica y eutanasia.

Esta es una nueva especialidad de la atención médica al enfermo terminal y a su entorno, que contempla el problema de la muerte del hombre desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo su dignidad como persona en el marco del grave sufrimiento físico y psíquico que el fin de la existencia humana lleva generalmente consigo.

En definitiva, la Medicina paliativa es, ni más ni menos, un cambio de mentalidad ante el paciente terminal. Es saber que, cuando ya no se puede curar, aún podemos cuidar; es la consciencia de cuándo se debe iniciar ese cambio: si no puedes curar, alivia; y si no puedes aliviar; por lo menos consuela. En ese viejo aforismo se condensa toda la filosofía de los cuidados paliativos.

33.     ¿Cómo está organizada la Medicina paliativa?

La Medicina paliativa, que parece tener sus antecedentes en la Gran Bretaña, está aún escasamente contemplada en la organización sanitaria española, y sería deseable que los poderes públicos reconocieran con mayor sensibilidad su existencia. Se asienta básicamente en el reconocimiento de la triple realidad que configura el proceso de la muerte inminente en la sociedad actual: un paciente terminal con dolor físico y sufrimiento psíquico, una familia angustiada que no acaba de aceptar la situación y sufre por el ser querido, y un médico educado para luchar contra la muerte. Todos ellos están inmersos en una sociedad que parece no querer admitir el fracaso cuando la muerte se considera un fracaso.

En las Unidades de Cuidados Paliativos, que son áreas asistenciales incluidas física y funcionalmente en los hospitales, se proporciona una atención integral al paciente terminal. Un equipo de profesionales asiste a estos enfermos en la fase final de su enfermedad, con el único objetivo de mejorar la calidad de su vida en este trance último, atendiendo todas las necesidades físicas, psíquicas, sociales y espirituales del paciente y de su familia. Todas las acciones de la Medicina paliativa van encaminadas a mantener y, en lo posible, aumentar, el sosiego del paciente y de su familia.

34.     ¿Y cuáles son las necesidades que estos pacientes terminales presentan?

Son necesidades físicas, psíquicas, espirituales o religiosas, y sociales.

Las necesidades Físicas derivan de las graves limitaciones corporales y, sobre todo, del dolor, especialmente en las muertes por cáncer, donde éste está presente en el 80 por ciento de los enfermos terminales. Con tratamientos adecuados se pueden llegar a controlar un 95 por ciento de los dolores.

Las necesidades psíquicas son evidentes. El paciente necesita sentirse seguro, necesita confiar en el equipo de profesionales que le trata, tener la seguridad de una compañía que lo apoye y no lo abandone. Necesita amar y ser amado, y tiene necesidad de ser considerado, lo que afianza su autoestima.

Las necesidades espirituales son indudables. El creyente necesita a Dios. Es una grave irresponsabilidad civil y política que la atención religiosa de los pacientes no esté claramente presente en todas las clínicas e instituciones hospitalarias.

Las necesidades sociales del paciente terminal no son menos importantes para dar sosiego al penoso trance. La enfermedad terminal produce a quien la padece y a su familia unos gastos y no pocos desajustes familiares. Toda la atención de los componentes de la unidad familiar se concentra generalmente en el miembro enfermo y, si la supervivencia se alarga, el desajuste puede ser duradero. El paciente lo ve y también lo sufre.

35.     ¿La Medicina paliativa es la alternativa a la eutanasia?

En realidad, no. La Medicina paliativa es más propiamente alternativa al llamado "encarnizamiento terapéutico" u "obstinación terapéutica". No es alternativa a la eutanasia, porque la eutanasia no es sino un grave atentado a la vida humana y a su dignidad.

Se puede decir que la Medicina paliativa ha existido siempre y ha sido ejercida tradicionalmente por los médicos, aunque no se haya considerado técnicamente como una especialidad. Sus principios están impresos en el juramento hipocrático y en la concepción histórica del ejercicio médico. Pero, ciertamente, como especialización dentro de la organización sanitaria representa una novedad, que es hacer frente a las peculiaridades del proceso de la muerte en el campo sanitario. Este proceso se ha complicado de forma extraordinaria, y exige la aparición de un nuevo médico, atento al máximo a los adelantos científicos y conocedor profundo de las necesidades del paciente terminal.

36.     ¿No puede considerarse, entonces, una forma de eutanasia el aplicar sustancias analgésicas, a sabiendas de que eso puede acortar la vida del paciente?

No. Cuando el tratamiento del dolor es ya prácticamente lo único que se puede hacer por el enfermo terminal, el efecto secundario que ciertos analgésicos tengan respecto del acortamiento de la vida no puede considerarse como una forma de eutanasia, porque no se persigue el destruir esa vida, sino aliviar el dolor; y este propósito paliativo puede, ante la inminencia de la muerte, ser preferente para esperar la llegada de la muerte en las condiciones menos angustiosas.

Es lo mismo que sucede con quien - alpinistas, bombero... - asume un riesgo cierto, pero pretende una cosa buena sin ánimo suicida alguno. Esto es legitimo aunque eventualmente pueda ser causa de muerte.

Por otra parte, se puede en muy buena medida dar por superada la vieja pugna entre tratar el dolor y acortar la vida: los recientes avances en el tratamiento eficaz del dolor y de la enfermedad terminal han reducido casi por completo el riesgo de anticipar indebidamente la muerte de ciertos pacientes.

37.     ¿En qué consiste el argumento de la "muerte digna" a que se refieren los partidarios de la eutanasia para intentar justificarla?

Este argumento es uno de los principales que se utilizan hoy para promover la legalización de la eutanasia. En síntesis puede formularse de esta manera: La técnica médica moderna dispone de medios para prolongar la vida de las personas, incluso en situación de grave deterioro físico. Gracias a ella es posible salvar muchas vidas que hace unos años estaban irremisiblemente perdidas; pero también se dan casos en los que se producen agonías interminables y dramáticas, que únicamente prolongan y aumentan la degradación del moribundo. Para estos casos, la legislación debería permitir que una persona decidiera, voluntaria y libremente, ser ayudada a morir. Esta sería una muerte digna, porque sería la expresión final de una vida digna.

38.     ¿Es aceptable este argumento?

No lo es, porque en él, junto a consideraciones razonables acerca de la crueldad de la obstinación terapéutica, se contiene una honda manipulación de la noción de dignidad. En este argumento subyace la grave confusión entre la dignidad de la vida y la dignidad de la persona. En efecto, hay vidas dignas y vidas indignas, como puede haber muertes dignas y muertes indignas. Pero por indigna que sea la vida o la muerte de una persona, en cuanto tal persona tiene siempre la misma dignidad, desde la concepción hasta la muerte, porque su dignidad no se fundamenta en ninguna circunstancia, sino en el hecho esencial de pertenecer a la especie humana. Por eso los derechos humanos, el primero de los cuales es el derecho a la vida, no hacen acepción de personas, sino que, muy al contrario, están establecidos para todos, con independencia de su condición, su estado de salud, su raza o cualquier otra circunstancia.

Es digno, ciertamente, renunciar a la obstinación terapéutica sin esperanza alguna de curación o mejora y esperar la llegada de la muerte con los menores dolores físicos posibles; como es digno también el preferir esperar la muerte con plena consciencia y experiencia del sufrimiento final. Nada de eso tiene que ver con la eutanasia; la provocación de la muerte de un semejante, por muy compasivas que sean las motivaciones, es siempre ajena a la noción de dignidad de la persona humana.

39.     ¿Estamos, pues, ante un ejemplo concreto de manipulación del lenguaje?

Consciente o inconscientemente, sí. So capaz de rechazar el empecinamiento terapéutico sin expectativa ninguna de mejoría, lo que se patrocina en realidad es el acto positivo (por acción u omisión, tanto da) de dar muerte a otro, como si eso mereciese la misma consideración que la de abstenerse de emplear medios irrazonables de prolongar una existencia precaria y dejar que el moribundo pueda vivir lo más dignamente posible su propia muerte cuando ésta llegue.

Por otra parte, la expresión "ayudar a morir" es otro ejemplo concreto de tergiversación del sentido de las palabras, pues no es lo mismo ayudar a morir a alguien que matarlo, aunque se le dé muerte por aparente compasión y a petición suya. La expresión “ayudar a morir" evoca una actitud filantrópico y desinteresada, generosa y compasiva, que se desvanecería inmediatamente si lo que se lleva a cabo mediante la eutanasia se expresara con la palabra dura, desde luego, pero precisa, que es matar.


IV.     LA SOCIEDAD ANTE LA EUTANASIA

40.     La cuestión de la eutanasia ¿es un problema social?

La eutanasia fue un problema social en aquellas sociedades primitivas en que se practicaba la eliminación de vidas consideradas inútiles, costumbre que estuvo admitida respecto a los recién nacidos con malformaciones o los ancianos en distintos pueblos de la antigüedad, hasta que la influencia del cristianismo acabó con tales prácticas inhumanas. Desde la llegada del cristianismo, la eutanasia dejó de ser un problema social hasta el siglo XX, en que algunos vuelven a convertirla en problema al pretender su legalización.

Desde los años 30 de este siglo se vienen constituyendo asociaciones en defensa de la eutanasia y se han propuesto leyes permisivas, que habitualmente han sido rechazadas, en distintos países. Sin embargo, la actitud a favor de la eutanasia de estos pequeños grupos, y cierta mentalidad de relativización del respeto debido al ser humano (que se expresa, por ejemplo, en el aborto), van calando en la sociedad, convirtiendo de nuevo a la eutanasia en un problema social que vuelve a aparecer después de haber sido superado durante siglos.

41.     La aceptación de la eutanasia, ¿no es, pues, un signo de civilización?

No. Lo que es un signo de civilización es justamente lo contrario, es decir, la fundamentación de la dignidad de la persona humana en el hecho radical de ser humana, con independencia de cualquier otra circunstancia como raza, sexo, religión, salud, edad, habilidad manual, o capacidad mental o económica. Esta visión esencial del hombre significa un progreso cualitativo importantísimo, que distingue justamente a las sociedades civilizadas de las primitivas, en las que la vida del prisionero, el esclavo, el deficiente o el anciano, según épocas y lugares, era despreciada.

Los progresos científicos y técnicos en la lucha contra el dolor, tan propios de la era moderna, pueden dar esta falsa apariencia de civilización a la eutanasia, en la medida en que se la presenta como una forma más de luchar contra el dolor y el sufrimiento. Pero ya sabemos que eutanasia no es eso, sino eliminar al que sufre para que deje de sufrir. Y eso es incompatible con la civilización, pues revela un desprecio profundo hacia la dignidad radical del ser humano. Un ser humano no pierde la dignidad por sufrir; lo indigno es basar su dignidad en el hecho de que no sufra.

Es más, resulta especialmente contradictorio defender la eutanasia precisamente en una época como la actual, en la que la Medicina ofrece alternativas, como nunca hasta ahora, para tratar a los enfermos terminales y aliviar el dolor. Es probable que este resurgimiento de las actitudes eutanásicas sea una consecuencia de la conjunción de dos factores: por un lado, los avances de la ciencia en retrasar el momento de la muerte; por otro, la mentalidad contemporánea dé escapar, de huir del dolor a todo trance y de considerar el sufrimiento como un fracaso. De esta negación de la realidad surge la contradicción.

42.     ¿Se pueden prever los efectos sociales de aceptar la eutanasia?

En épocas recientes la eutanasia no ha sido legal en ningún país - salvo la experiencia nazi -, pero podemos fácilmente prever lo que pasaría si contrastamos los datos que nos aporta la legalización del aborto en este siglo y el conocido como "caso holandés", experiencia social de admisión práctica de la eutanasia que recientemente ha recibido una cierta cobertura legal.

La experiencia del aborto acredita que las leyes permisivas se aprueban presuntamente para dar solución a determinados casos extremos especialmente dramáticos para la sensibilidad común, pero acaban creando una mentalidad que trivializa el aborto provocado hasta convertirlo en un hecho socialmente admisible que se realiza por motivos cada vez más nimios. Con la eutanasia no tiene por qué ocurrir algo distinto: la legislación permisivo se nos presentaría como una solución para "casos límite" de "vida vegetativa", "encarnizamiento terapéutico", etc. y acabaría siendo una opción normal ante casos de enfermedad o declive biológico más o menos irreversible.

El proceso descrito responde a la más elemental psicología humana: cuando algo prohibido se permite y empieza a practicarse, se va considerando cada vez más como normal, máxime si resulta un buen negocio para algunos, ayuda a eliminar situaciones engorrosas para otros y además es defendido por algunas corrientes ideológicas.

En Holanda se está viviendo desde hace años una triste experiencia de admisibilidad práctica de la eutanasia - caso único en el mundo -. Un testigo de esta realidad, Richard Fenigsen, cardiólogo holandés, la describe: "Los médicos de cabecera holandeses practican la eutanasia activa voluntaria en unos 5.000 pacientes al año. La cifra más elevada de 10.000 probablemente también incluya a los pacientes de hospitales. Sin embargo, se han llegado a mencionar cifras del orden de los 18.000 a 20.000 casos al año. (...) El 81% de los médicos de cabecera holandeses ha realizado la eutanasia en algún momento de su carrera profesional; un 28% realiza la eutanasia a dos pacientes al año y un 14% de tres a cinco pacientes al año. (...)

Un gran número de personas en Holanda lleva consigo un testamento en el que pide que se le realice la eutanasia "en caso de lesiones corporales o perturbaciones mentales de las que no se pueda esperar una recuperación suficiente para llevar una existencia digna y razonable". Recientemente estos testamentos escritos han sido reemplazados por pequeñas "tarjetas de crédito para una muerte fácil". En 1981 el número de personas portadoras de estas tarjetas era de 30.000, pero se calcula que este número es mucho más alto ahora. (...)

La aceptación de la eutanasia activa "voluntaria" crece entre los holandeses. Según dos encuestas realizadas en años consecutivos, en 1985 un 70% de los holandeses aceptaba la eutanasia activa, mientras que en 1986 lo hacía un 76% (...) Mucha gente acepta que se deba negar el tratamiento a personas con minusvalías serias, a personas mayores e incluso a individuos sin familia. Es más, las encuestas demuestran que la mayoría de las personas que defienden la eutanasia voluntaria, la libertad de elección y el derecho a morir, también aceptan la eutanasia activa involuntario, es decir, la negación de la libertad de elección y del derecho a la vida" (...)

Los médicos holandeses dejan morir al menos a 300 bebés minusválidos recién nacidos; deniegan operaciones de enfermedades congénitas de corazón a niños con síndrome de Down, negándose a anestesiarlos; y se niegan a Implantar marcapasos a pacientes mayores de 75 años o a tratar de edema pulmonar a pacientes ancianos que carezcan de familiares cercanos. Algunos médicos justifican estas acciones diciendo que es interés de los pacientes el morir cuanto antes, pero frecuentemente la explicación es que no se debe imponer a la sociedad la carga de mantener vivos a estos pacientes. Estas decisiones se toman sin el conocimiento de los pacientes y en contra de su voluntad".

Legalizada la eutanasia, se abrirían las puertas a prácticas siniestras, pues la compasión podría ser utilizada como disculpa para justificar la eliminación de los débiles, los deficientes, los terminales. Se hablan "comprensibles" presuntos intereses públicos en la eliminación de los que representan una carga para la sociedad sin aportar utilidad material alguna; hasta llegar a crear la presión psicológica suficiente para que se sientan casi obligados a pedir su eliminación quienes, por su edad o estado, se sientan carga "insoportable" para los demás. No se trata de un puro ejercicio de imaginación, y el testimonio citado así lo indica.

43.     ¿Cuáles son, desde la óptica del paciente terminal, los principales efectos de la aceptación de la eutanasia?

El principal efecto es el miedo. Miedo a que los que le rodean puedan diagnosticar que es acreedor a la eutanasia; miedo a los profesionales de la sanidad; miedo a los familiares; miedo a las instituciones asistenciales.

En efecto, una sociedad en la que la eutanasia es delito transmite el mensaje de que toda vida tiene valor, que el enfermo terminal puede tener la tranquilidad de que los médicos y sus familiares se empeñarán en apoyar su vida y su muerte dignas y en las mejores condiciones. Por el contrario, una sociedad en que la eutanasia no se persigue ni se castiga por los poderes públicos, está diciendo a sus miembros que no importa gran cosa que sean eliminados si ya no se les ve futuro o utilidad. En una sociedad con la eutanasia legalizada, el anciano o el enfermo grave tendían un muy justificado miedo a que el profesional de la sanidad o cualquier persona de la que dependieran por una u otra razón, no fueran una ayuda para su vida, sino unos ejecutores de su muerte.

44.     Pero todo eso afecta a la eutanasia no deseada voluntariamente. Si lo que se admitiera fuera sólo la eutanasia voluntaria, ¿no se producirían efectos sociales positivos?

Este es un error bastante extendido, que la experiencia misma se ha encargado de desmentir una y otra vez. En efecto:

a) La experiencia de los casos de eutanasia que se han visto ante los Tribunales de los países de nuestro entorno en las últimas décadas acredita que los partidarios de la eutanasia dan con suma facilidad el paso que va de aceptar la petición voluntaria de un paciente para ser” ayudado a morir”, " ayudar a morir” quien, a su juicio, debería hacer tal petición dado su estado, aunque de hecho no lo solicite. Así ha sucedido en los conocidos casos de eutanasia de enfermos de SIDA en Holanda, del Doctor Hackethal y la enfermera M. Roeder en Alemania o de las enfermeras del Hospital austríaco de Lainz, entre otros. Si a una persona en una situación dada es legítimo matarla a su petición, nada tiene de extraño que a quien está en la misma situación - pero sin posibilidad de pedir la muerte - se le presuponga igualmente un deseo de morir.

b) La experiencia de la Alemania de los años 30 y 40 de este siglo demuestra cómo se puede pasar, fácil y rápidamente, de las teorías científicas pro eutanasia a la práctica de una eutanasia realizada por motivos cada vez más subjetivos, relativos y baladíes. Ciertamente eso se vio favorecido por un entorno dictatorial, pero un entorno distinto no asegura que el fenómeno no pueda repetirse.

c) La experiencia de Holanda, donde está ya creada una mentalidad permisivo de la eutanasia, es que se crea paralelamente una lo coacción moral" que lleva a los terminales o " inútiles” a sentirse obligados a solicitar la eutanasia. Un grupo de adultos con minusvalías importantes manifestaba recientemente ante el Parlamento holandés: "Sentimos que nuestras vidas están amenazadas... Nos damos cuenta de que suponemos un gasto muy grande para la comunidad... Mucha gente piensa que somos inútiles... Nos damos cuenta a menudo de que se nos intenta convencer para que deseemos la muerte... Nos resulta peligroso y aterrador pensar que la nueva legislación médica pueda incluir la eutanasia".

La experiencia muestra que las campañas a favor de la eutanasia siempre se han iniciado asegurando sus promotores que, en todos los casos, debe ser voluntaria, es decir, querida y solicitada expresamente por quien va a recibir la muerte por este procedimiento. Pero también la experiencia acredita que el paso siguiente - pedir la eutanasia para quien no está en condiciones de expresar su voluntad: el deficiente, el recién nacido, el agónico inconsciente - es sólo cuestión de tiempo, porque ya ha quebrado el principio del respeto al derecho fundamental a la vida. Es más: cuando se inician los debates acerca de la legalización de la eutanasia siempre se produce la misma contradicción: se insiste en legalizar sólo la eutanasia voluntaria, pero para ilustrar los "casos límite" se ponen, en cambio, ejemplos de enfermos terminales inconscientes y, por lo tanto, incapaces de manifestar su voluntad.

La diferencia entre eutanasia voluntaria e involuntario no existe en la práctica: una vez legalizada la primera, fácilmente se cae en la segunda, puesto que los casos prácticos surgen inmediatamente, y ya está relajada la capacidad social de defender la vida de los inocentes.

45.     ¿Cómo afecta la eutanasia a la institución familiar?

Dado que todos los ordenamientos jurídicos reconocen - en una u otra medida - el derecho de los familiares más cercanos a decidir por el enfermo o incapaz no posibilitado de expresar por sí mismo su voluntad, la posibilidad teórica de que los familiares decidan que procede la eutanasia introduce en las relaciones familiares un sentimiento de inseguridad, confrontación y miedo, totalmente ajeno a lo que la idea de familia sugiere: solidaridad, amor, generosidad. Esto es así sobre todo si se tiene en cuenta la facilidad con que se pueden introducir motivos egoístas al decidir unos por otros en materia de eutanasia: herencias, supresión de cargas e incomodidades, ahorro de gastos...

Desde otra perspectiva, en una familia donde se decide aplicar la eutanasia a uno de sus miembros, la tensión psicológica y afectiva que se genera al haber propiciado un homicidio puede ser, y es de hecho, fuente de problemas e inestabilidades emocionales, dadas las inevitables connotaciones éticas de tal conducta.

46.     Pero ¿no puede responder cierta aceptación social de la eutanasia a un verdadero sentimiento de compasión hacia el que sufre y no tiene remedio?

Desde el punto de vista puramente subjetivo, puede ser: alguien - médico, familiar - puede estar convencido de que hace un bien a otro procurando su muerte. Pero si convirtiésemos la sensibilidad personal, los sentimientos subjetivos, en fuente de la moralidad de los propios actos, se podría llegar a conclusiones objetivamente inhumanas: un príncipe europeo medieval podía creer sinceramente que aplicando tormento al reo le hacia un bien, puesto que de esta manera diría la verdad y salvara su alma en el patíbulo; un estadounidense del siglo XVIII podía pensar que tener esclavos era una forma de ayudarlos a sobrevivir; y un padre de familia de finales de este siglo puede pensar que matar a un hijo recién nacido subnormal es ayudarle a evitar sufrimientos futuros.

Los sentimientos del príncipe medieval, del americano del siglo XVIII y del padre infanticida contemporáneo aludidos pueden ser subjetivamente bondadosos, pero son objetivamente inhumanos. Lo mismo sucede respecto a la eutanasia: quien decide practicarla o ayuda a que se practique puede actuar creyendo que beneficia a quien da muerte, pero objetivamente su acción es repudiable, pues está arrogándose el derecho de decidir qué es bueno o malo para el otro. Si la convivencia social hubiera de fundamentarse sobre los sentimientos subjetivos, con olvido de las realidades morales objetivas, no habría posibilidad de establecer normas generales de comportamiento y estaríamos en la selva, donde imperaría la ley del más fuerte, ya que por definición toda acción voluntaria es vista por su autor como un bien.

47.     ¿Es, pues, posible la instauración del egoísmo bajo apariencia de piedad?

Sí, es perfectamente posible, porque los hombres tendemos con mucha facilidad a justificar cualquier medio cuando el fin nos parece bueno. En este siglo hemos visto a relevantes intelectuales cerrando los ojos ante los crímenes estalinistas, o incluso justificándolos, por compartir el fin "progresista" que ellos suponían en la política de Stalin; o a quienes han justificado atentados a los derechos humanos perpetrados por ciertos regímenes de Sudamérica, por compartir el proclamado fin anticomunista de esas dictaduras.

En el terreno del derecho a la vida y a la integridad física este fenómeno ya se está produciendo: como es bueno tener hijos y el deseo de ellos es natural, hay matrimonios que creen positivo tener hijos por medio de las técnicas de reproducción asistida, aunque éstas lleven consigo inevitablemente la destrucción de embriones; padres buenos y piadosos solicitan para sus hijos subnormales la esterilización, porque tratan con ello de evitar el embarazo de la incapaz; madres a quienes se diagnostica la grave deficiencia del niño que crece en su seno abortan para evitarle una vida desgraciada. En todos estos casos el fin - visto como bueno subjetivamente - lleva a cometer gravísimos males objetivos.

En principio, todos afirman que el fin no justifica los medios, pero en la vida práctica y concreta - en el caso particular que a cada uno preocupa - por desgracia no se guarda coherencia entre el eso muchas personas buenas defienden que, si no les afectasen personalmente, les parecerían inadmisibles.

Con la eutanasia se está produciendo un fenómeno como el descrito: algunas personas que se horrorizarían sólo de pensar que alguien pueda matar a su padre, su esposa o su hijo, comprenden la eutanasia bajo la presión de la imagen del dolor, la enfermedad o la degradación: física, sin ser consecuentes con la realidad de que la eutanasia implica matar, por muchos eufemismos con que se disfrace esta acción.

48.     Pero hay ocasiones en que la vida de algunos enfermos o discapacitados es casi sólo vegetativa. ¿No deberían considerarse estas situaciones con otro criterio?

En efecto, hay personas que piensan, incluso de buena fe, que hay situaciones en las cuales la vida humana está tan deteriorada, que no puede decirse que sea propiamente humana, es decir, propia de seres racionales y libres: un enfermo con una lesión cerebral irreversible, en estado de inconsciencia, conectado a un respirador, puede mantenerse así mucho tiempo, pero vive una vida puramente vegetativa, es como un vegetal; su vida no puede decirse que sea propiamente humana; un deficiente profundo, incapaz de expresarse y aun de conocer, inmerso irreversiblemente en las tinieblas de su mente dañada, sólo con sarcasmo puede decirse que lleve una vida humana. Para quienes así razonan, el mantener a estas personas con vida es, más que un acto de protección y respeto, una forma de tortura disfrazada de humanitarismo. Es necesario, pues - concluyen -, plantearse seriamente la legalización de la eutanasia para estos casos extremos y definitivos, por doloroso que sea, porque una vida así no merece ser vivida.

49.     ¿Y no es aceptable este argumento?

No lo es, porque el derecho a la vida deriva directamente de la dignidad de la persona, y todos los seres humanos, por enfermos que estén, ni dejan de ser humanos ni su vida deja de merecer el máximo respeto. Olvidar este principio por la visión dramática de minusvalías profundas conduce inexorablemente a hacer depender el derecho a la vida de la calidad de ésta, lo que abre la posibilidad de colocar la frontera del derecho a la vida con arreglo a "controles de calidad" cada vez más exigentes, según el grado de egoísmo o de comodidad que impere en la sociedad.

Este proceso se llevó al extremo con los programas eutanásicos a gran escala de la época nazi, que se iniciaron también con un caso límite de "muerte por compasión", el de un niño ciego y subnormal con sólo dos extremidades, internado a finales de 1938 en la crónica pediátrica de la Universidad de Leipzig; la abuela de ese niño solicitó a Hitler que le garantizase la "muerte por compasión", cosa que ocurrió seguidamente. A partir de entonces, Hitler ordenó poner en marcha un programa que aplicase los mismos criterios de misericordia" a casos similares. El 18 de agosto de 1939 se dispuso la obligación de declarar a todos los recién nacidos con defectos físicos.

La experiencia del nazismo no es de la remota antigüedad o de un pueblo salvaje y primitivo, sino de mediados del siglo XX y de uno de los pueblos más tecnificados y cultos de su época. Tampoco se refiere a un pueblo señaladamente sanguinario e inhumano, sino a un pueblo normal, en el que sólo unos 350 de los 90.000 médicos alemanes aceptaron la realización de estos crímenes, con los resultados escalofriantes que después se han conocido. Y todo esto fue posible porque se aceptó la teoría de las "vidas humanas sin valor vital", es decir, las vidas que, por su precariedad, no merecen ser vividas.

Este argumento en favor de la eutanasia se sustenta también en otro error grave, que es el de concebir al cuerpo humano como un objeto, contrapuesto al propio hombre como sujeto; según eso, el hombre seria el sujeto, que "tiene" un cuerpo al que puede utilizar, manipular, incluso suprimir, en aras de la dignidad de ese sujeto personal. Este error profundo niega la realidad humana, al negar que el ser humano es cuerpo y espíritu, cuerpo y mente, y que ambos elementos constituyen al ser humano de manera indisociable.

La persona humana no es el mero espíritu, al que convendrían las cualidades de la persona como sujeto: libertad, responsabilidad, valor moral, etc., mientras que el cuerpo sería un mero objeto, perteneciente al orden de las cosas, y por lo tanto carente de valor moral y de dignidad merecedora de respeto. Si se incurre en este error antropológico, es inevitable acabar defendiendo la eliminación de aquellos seres humanos a quienes la cárcel de sus cuerpos defectuosos impide el desarrollo pleno de su humanidad. Pero la persona humana no es un sujeto pensante y libre que se haya instalado en un cuerpo; la persona humana es (también) cuerpo, y por eso el respeto a la dignidad de la persona es absolutamente incompatible con la falta de respeto radical al cuerpo, hasta el punto de suprimirlo por ser gravemente deficiente.

50.     Si son así las cosas, ¿no se manipula también el significado de las palabras al hablar de "vidas verdaderamente humanas"?

Sin duda alguna. La expresión "vida vegetativa", que es un tecnicismo que expresa la realización de determinadas funciones vitales, evoca la noción de “vegetal", con lo que se trivializa la muerte de un ser humano deficiente, al asimilarlo vagamente a una especie de planta. Por otra parte, la expresión "vida verdaderamente humana", aplicada a estos casos, se emplea metafóricamente, en el sentido de que es una vida humana plenamente lograda, en posesión de todas sus posibilidades, en contraste con una vida disminuida de hecho. Pero es evidente que la vida de un ser humano, por deteriorada que esté, no puede dejar de ser una vida humana. Y mediante esta metáfora se pretende justificar una consecuencia - la muerte física - que nada tiene de metafórico.

51.     ¿No puede ser la eutanasia una manifestación de solidaridad social?

Los defensores de la eutanasia así lo exponen conforme a la siguiente argumentación: la enfermedad, invalidez o vejez de algunas personas ha llegado a extremos que convierten esas vidas en vidas sin sentido, inútiles y aun seriamente gravosas, no sólo para los familiares y allegados, sino también para las arcas públicas, que tienen que soportar cuantiosísimos dispendios en prestaciones sanitarias de la Seguridad Social y subsidios de diversa índole, con la carga que eso supone para los contribuyentes. Estas situaciones se prolongan, además, gracias a los avances de la investigación científica que han logrado alargar considerablemente las expectativas de vida de la población. Por consiguiente, el Estado tiene el derecho, y aun el deber, de no hacer que pese sobre la colectividad la carga del sostenimiento de estas vidas sin sentido. El efecto de esta acción redundará en beneficio del conjunto de la colectividad, lo que no deja de ser una manifestación de solidaridad social.

El argumento de las "vidas improductivas", por razones fáciles de comprender, nunca se plantea en los inicios del debate social sobre la eutanasia, pero tampoco faltan quienes, en foros restringidos o en ambientes académicos, mencionan las "vidas sin sentido” como candidatas a la eutanasia por razones socioeconómicas.

52.     ¿Es aceptable esta argumentación?

No lo es en manera alguna. El sacrificio de seres humanos enfermos, ancianos o impedidos para que no resulten gravosos a los familiares, o para mejorar las condiciones económicas de la colectividad es una manifestación de totalitarismo, es decir, de prevalencia de la colectividad sobre los individuos hasta el extremo de despreciar el derecho de éstos incluso a vivir si son un estorbo para aquella. Por duro que resulte, se hace preciso recordar lo que ocurrió en el régimen hitleriano, donde bajo el nombre de eutanasia lo que se acabó realizando fue el genocidio de los considerados "parásitos inútiles", esto es, "vidas sin sentido", según el eufemismo de quienes propugnan la eutanasia por razones socioeconómicas.

De nuevo aparece aquí la perversión profunda de los valores humanos y sociales, y queda enmascarada bajo una presunta "solidaridad social" la manifestación más atroz de insolidaridad, que consiste en la eliminación física de los conciudadanos gravosos, molestos o Inútiles. No estamos, pues, aquí, sólo ante una tergiversación del sentido de las palabras, sino ante su completa vuelta del revés.

53.     Si tan rechazable es la eutanasia, ¿cómo es que hay personas y grupos que promueven socialmente su aceptación?

El hecho de que ciertas legislaciones, o determinados comportamientos sociales, sean rechazables y aun monstruosos, no significa que sean vistos siempre así por todos en todas las épocas. La historia está plagada de ejemplos a este respecto. En el caso de la eutanasia en este tiempo presente, lo primero que hay que decir es que las personas y los grupos que apoyan una legislación eutanásica constituyen una minoría exigua en relación con el conjunto de la sociedad. Pero esto no quiere decir que en un futuro no pueda aumentar esta proporción, porque es perceptible que están en marcha campañas de influencia sobre la opinión pública en este sentido.

54.     ¿Existen estas campañas? ¿En qué consisten?

Por desgracia, existen, del mismo modo que existen en relación con el aborto, según se ha podido saber cuando algunos de sus promotores comprendieron el alcance terrible de su trabajo, se arrepintieron públicamente y dieron a conocer las técnicas de que se hablan servido para intoxicar a la opinión pública.

Las campañas tendentes a promover opiniones favorables a la eutanasia suelen desarrollarse de esta manera:

·       lo primero que se presenta es un "caso límite": se busca un ejemplo de situación terminal especialmente llamativa que excite la sensibilidad colectiva para justificar la eutanasia en ese caso tan dramático y singular. Admitido un caso, desaparecen las razones serias para no admitir otros parecidos, y otros más, en una pendiente cada vez más permisiva. Es el mismo proceso que hemos visto ya respecto al aborto: aquí la niña oligofrénica violada por su padre es sustituida por el enfermo intubado con funciones sólo vegetativas, para generar un sentimiento de compasión en la opinión pública que la conduzca a estar a favor de que se arregle ese "problema". A la vez se silencia que "arreglar ese problema" supone matar, como en las campañas pro aborto se oculta que "arreglar el problema" de la niña violada es, en la propuesta abortiva, matar a un ser humano.

·       esto se complementa con eufemismos ideológicos y semánticos, aprovechando la complejidad conceptual y terminológica que reviste el fenómeno de la eutanasia según se ha explicado en el capítulo I. Así, no se hablará nunca de "matar al enfermo" o, más suavemente, de "quitarle la vida" siquiera, sino de "ayudarle a morir", facilitarle la "culminación de la vida", lograr su "auto liberación", etc., eufemismos que intentan apartar la atención de la realidad material de lo que se preconiza: que un hombre pueda impunemente matar a otro.

·       paralelamente, a los defensores de la vida frente a la eutanasia la se les procura presentar como retrógrados, intransigentes, contrarios a la libertad individual y al progreso, etc.; de este modo el debate se distrae y no se escuchan con serenidad y ecuanimidad las opiniones a favor de la dignidad humana, sino a través de los prejuicios creados sobre sus defensores.

·       como quiera que muchas confesiones religiosas, especialmente las de raíz cristiana - no sólo la Iglesia Católica, desde luego -, reaccionan vivamente contra los intentos de legalizar la eutanasia dada su gravedad moral, se pretende transmitir la falsa idea de que la eutanasia es una pura cuestión religiosa, íntima, de mera conciencia individual, y que, por lo tanto, mientras la eutanasia no sea obligatoria debe aceptarse en una sociedad pluralista.

Como complemento de estas estrategias se promueven encuestas para afirmar a continuación que la mayoría de los ciudadanos, de los médicos o de los enfermos de cáncer están a favor de la eutanasia. La experiencia universal en materia de eutanasia es que esas encuestas no son fiables, dada la confusa terminología al respecto y los componentes emocionales del tema: según cómo se planteen las preguntas y se interpreten las respuestas se pueden conseguir resultados interpretables de cualquier manera. Recientemente en España hemos visto un caso modélico al respecto: los titulares de prensa anunciaban que, según una encuesta, la mayoría de los médicos de Barcelona estaban a favor de la eutanasia. Analizado el contenido real de tal encuesta, resulta que los tales médicos están en contra de la obstinación terapéutica y en contra de la eutanasia, es decir, opinan lo mismo que lo que expresa este documento, pero su opinión ha sido manipulada en servicio de una idea que no comparten.

55.     Sin embargo, ¿no es verdad que pretender que la eutanasia sea perseguida como delito supone que una parte de la soledad pretende imponer a otra parte su propia moral o religión?

No, en modo alguno. La defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos, incluido el primero de ellos, que es el derecho a la vida, ha de ser fin primigenio de la sociedad y del Estado, pues de lo contrario la institucionalización por la sociedad del poder público y los instrumentos de éste, como el Derecho, no serían más que expresión de violencia al servicio de la pura fuerza.

Defender la vida frente a la eutanasia (como frente al aborto provocado) no es una postura religiosa, sino humanista, aunque a ella puedan coadyuvar motivos religiosos en el caso de los creyentes.

Las sociedades y los Estados tienen obligación de poner los medios, también los jurídicos, para que no se mate a seres humanos, y por tanto, también para que no se practique la eutanasia, que es una forma de matar; del mismo modo que tienen obligación de poner los medios para que no se asesine, se viole o se robe. Cuando el Estado prohibe y sanciona la violación no está defendiendo la moral católica de forma intransigente frente a otras opiniones, aunque coincida con la moral católica en que la violación debe ser rechazada. Lo mismo sucede respecto a la eutanasia.

56.     Si, a pesar de todo, en una nadan concreta se diese un consenso mayoritariamente favorable a la eutanasia en determinados casos especialmente graves ¿no sería admisible tal práctica en esos casos?

No. Lo único que pasara es que los poderes públicos no perseguirían ni castigaran a quienes mataren a otros en los supuestos eutanásicos, porque habrían admitido la legitimidad de la violencia y la pura fuerza como criterio regulador de la relación entre los particulares.

En tal caso la eutanasia regula siendo lo que realmente es: el acto por el que un ser humano da muerte a otro. Y este acto - aunque se haga con el beneplácito de las leyes - es intrínseca y esencialmente reprobable, como lo es discriminar a la mujer respecto al hombre en Irak, o torturar y matar judíos, o anticomunistas, o comunistas en la Alemania nazi, la Camboya Jmer o ciertas dictaduras hispanoamericanas recientes, respectivamente. El que las leyes y los poderes públicos amparen conductas contrarias a la dignidad humana no hace a tales conductas lícitas, sino a tales leyes rechazables e ilegítimas por inhumanas.

57.     Respecto a la eutanasia ¿se limitan las obligaciones de la sociedad a su persecución como delito?

Evidentemente, no. La sanción penal es una última garantía frente a las actitudes homicidas, pero no es ésta la única medida operativo en el terreno real en que se evita la eutanasia: Tan importante, o acaso más, y desde luego previa a la norma penal, es la actitud de las personas y los grupos sociales frente al enfermo, al anciano, al minusválido.

La mentalidad eutanásica prospera mejor en un clima social de rechazo a todo lo que suponga sacrificio, esfuerzo por el otro, preeminencia de lo inmaterial sobre lo material. Si los valores predominantes son el culto al cuerpo, el bienestar material, el egoísmo ajeno a la solidaridad humana, el desprecio a la familia y el economicismo materialista - y ésta es una realidad en auge en nuestra sociedad -, nada de extraño tiene que una concepción de la vida basada en el puro pragmatismo utilitarista caracterice la actitud de algunos frente a quienes son vistos no como seres humanos, sino como fuentes de gastos que no aportan ingresos; no como miembros queridos de la familia, sino como obstáculos inadmisibles para el desarrollo personal; no como pacientes, sino como sobrecarga absurda de trabajo sin sentido.

Si queremos que en nuestra sociedad los hábitos de conducta y los valores respetados sean coherentes con un deseable humanismo y, por tanto, reacios a prácticas como la eutanasia, será preciso que en tal sociedad:

·       la muerte no sea un tema tabú, sino un hecho natural que forma parte de la vida humana como el nacer, el crecer, la condición sexuada o la inteligencia; nadie - ni jueces, ni legisladores, ni médicos - se pueda atribuir el derecho a decidir que algunos seres humanos no tienen derechos o los tienen en menor grado que los demás por sus deficiencias, color, sexo, edad o estado de salud;

·       la familia sea respetada y querida como ámbito natural de solidaridad entre generaciones, en las que se acoge, se protege y se cuida a los miembros sanos y a los enfermos, a los jóvenes y a los ancianos, a los no deficientes y a los que lo son;

·       no se considere la organización hospitalaria como el ámbito en el que son abandonados los enfermos y ancianos, sino que el hogar vuelva a ser lugar de acogida natural en la enfermedad y ancianidad y donde la muerte se viva con cariño y lucidez;

·       surjan iniciativas sociales de atención a los enfermos terminales en un clima humano, respetuoso con la persona y su dolor y técnicamente preparado para ayudar a afrontar dignamente la muerte sintiéndose persona, como es el caso de los "hospices" británicos inspirados por la doctora Cicely Saunders, obra que hace más para evitar la eutanasia que un millón de discursos;

·       la Medicina se oriente hacia la atención de la persona, no limitándose a un puro esfuerzo tecnológico por alargar la vida.

Este último aspecto merece una especial atención, pues la mentalidad eutanásica transforma, aun sin quererlo, a los médicos en una especie de verdugos, y se hace preciso que los médicos sean impulsores y protagonistas de una práctica médica preocupada por el hombre y su dignidad en la línea de lo que hoy - como hemos visto antes - se conoce como Medicina paliativa.


V.      EL ESTADO ANTE LA EUTANASIA

58.     La cuestión de la eutanasia, ¿es un problema político?

Lo es, sin duda, porque uno de los deberes primordiales del Estado es el de respetar y hacer respetar los derechos fundamentales de la persona, el primero de los cuales es el derecho a la vida, y la eutanasia no es sino la destrucción de vidas humanas inocentes en determinadas condiciones.

59.     ¿Reconoce el ordenamiento jurídico español el derecho a la vida?

Sí. La Constitución española reconoce el derecho a la vida de todos los seres humanos, y el resto de las leyes, en especial el Código Penal, protegen este derecho prohibiendo todo atentado contra la vida de cualquier ser humano e imponiendo las más severas penas a quien quita la vida a otro.

No obstante, en los últimos años algunas leyes han roto el tradicional principio de protección absoluta del derecho a la vida, permitiendo, o no castigando, el atentar contra la vida de los concebidos y aún no nacidos mediante el aborto, o la destrucción de los embriones humanos creados en el laboratorio. Tales leyes sobre el aborto y las técnicas de procreación artificial han abierto una brecha en la línea coherente de protección jurídica de la vida humana, que algunos pretenden ahora a - ampliar aún más mediante la permisión de la eutanasia.

Por el contrario, también en los últimos años, se va extendiendo un consenso ético sobre la necesidad de prohibir la pena de muerte, prohibición que loablemente establece la Constitución española.

60.     ¿Cómo protegen las normas jurídicas y los Estados el derecho a la vida de los seres humanos?

Los Estados se comprometen activamente en la defensa de la vida humana mediante muchas de sus actividades, y también a través de leyes y otras normas jurídicas.

Las normas que regulan el tráfico rodado o la existencia y funcionamiento de hospitales, las instituciones como la policía o el ejército, la lucha contra las epidemias, la práctica de las profesiones sanitarias; las normas sobre seguridad en el trabajo, la regulación de la calidad de los alimentos, y mil actividades y leyes más que el Estado promueve o ampara, son otras tantas expresiones del compromiso del Estado y de la sociedad en la defensa de la vida humana y de su calidad.

Como de todos modos resulta imposible evitar que aparezcan quienes, por unos motivos u otros, se niegan a respetar el derecho a la vida de los demás, todos los pises civilizados protegen también penalmente la vida humana, considerando como delito los ataques a la vida, y amenazando a quienes lo cometan con los castigos más graves que existen en cada país. En España, la ley que protege la vida humana mediante la amenaza de cárcel es el Código Penal.

61.     ¿Cómo protege el Código Penal español la vida humana?

El Código Penal español protege la vida humana considerando como delito toda acción voluntaria realizada por una persona para matar a otro ser humano; y estableciendo que a quien mate a otro se le impondrá la pena de privación de libertad más grave que existe en España.

Los delitos contra la vida humana que establece y castiga el Código Penal llevan distintos nombres según las circunstancias del crimen, del criminal o de la víctima: aborto, si se mata a un no nacido; infanticidio, si se mata a un recién nacido para evitar la deshonra de la madre; asesinato, si se mata a otro en circunstancias que conllevan una especial maldad (a cambio de dinero, con premeditación, con ensañamiento, etc.); parricidio, si se mata a ascendientes, descendientes o cónyuge, y homicidio, si se mata a otro sin que concurra ninguna de las circunstancias mencionadas.

Existen otros delitos previstos en el Código Penal que también pretenden proteger, entre otras cosas, a la vida humana: son, por ejemplo, el no socorrer a quien está en peligro, o prestar ayuda a otro para suicidarse, o provocar incendios o inundaciones... y otros muchos más.

62.     ¿No distingue el Código Penal el castigo que merece quien mata a otro según sea el grado de salud de la víctima, o la utilidad de su vida?

Dejando ahora de lado la cuestión del aborto, que no es el tema que nos ocupa, el Código Penal protege a todo ser humano y su derecho a vivir frente a cualquiera que lo quiera matar. Da lo mismo que la víctima esté sana o enferma, sea recién nacida o anciana, útil o inútil para la sociedad, deficiente física, sensorial o psíquica, o sana. También da lo mismo que quien mata lo haga por crueldad o por compasión, por motivos ideológicos o por cualquier otra motivación: Matar a otro siempre es delito, y el que lo comete es castigado con la pena correspondiente.

Es lógico que así sea, porque todo ser humano tiene a la vida por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, por ser ida por el mero uno de nosotros, con independencia de su edad, raza, grado de salud o cualquier otra circunstancia. Este es un convencimiento básico de la humanidad, fundamento de la conciencia ética, que, gracias al progreso moral y jurídico de los hombres y las naciones, ha llegado a ser afirmado por todas las sociedades civilizadas y protegido por todos los ordenamientos jurídicos.

63.     ¿No es cierto, sin embargo, que ha habido culturas y civilizaciones que han admitido la legitimidad de suprimir la vida de determinadas personas (de otra raza o tribu, esclavos, inútiles por su edad o su enfermedad, etc.)?

Efectivamente. Casi siempre en la historia de la Humanidad han convivido en permanente tensión el ideal por garantizar el respeto a la vida en las costumbres y las leyes, por un lado, y, por otro, formas de relación humana basadas en la violencia, o en ideologías o prejuicios que niegan que determinados grupos de seres humanos merezcan vivir.

Según las diversas épocas y culturas, se ha negado por algunos el derecho a vivir de los que pertenecen a otras naciones u otras tribus, de quienes son de otra raza o caen en esclavitud, de los ancianos y enfermos, o de las mujeres o los recién nacidos defectuosos. Pero frente a estas costumbres, ideas o leyes inhumanas, siempre - en todos los pueblos y épocas - ha ido abriéndose paso la idea ética de que todos los seres humanos son esencialmente iguales y tienen derecho a la vida sean cuales fueren su raza o las diversas circunstancias de su vida. Hay que añadir que en cada época se tiende a ver como prácticas inadmisibles las brutalidades que en la época anterior se consideraban como algo normal, pero desaparece el sentido cirrótico y se cierran los ojos, consciente o inconscientemente, ante las barbaridades que la propia época admite en sus leyes o sus usos sociales.

La Humanidad ha ido eliminando progresivamente las costumbres y las leyes inhumanas. Así, la esclavitud, la tortura, el racismo, el infanticidio, el abandono de ancianos y enfermos, el menosprecio a la mujer, han ido desapareciendo - con altibajos - de las costumbres de los pueblos más civilizados. La influencia del cristianismo en la cultura occidental ha ido extendiendo la idea clara del no matarás", que va calando a medida que se descubre la profundidad de las aplicaciones prácticas de este mandamiento.

Aunque nunca se ha perdido del todo la conciencia ética del respeto que merece todo ser humano, en cada época algunos grupos sociales se han convencido así mismos de que hay algunos seres humanos que no tienen derecho a vivir: así ha ocurrido con respecto a los negros, los esclavos, los judíos, los aristócratas, los burgueses, los campesinos, los de otra nación, los no nacidos o los llamados "inútiles" porque, por su salud precaria o su edad avanzada, ya no son productivos y resultan una carga.

64.     En nuestros días, ¿se ha superado ya esta contradicción?

En nuestros días vivimos la experiencia, bastante común en la historia, de una cultura que defiende con energía la dignidad de la persona y se compromete en la defensa de los derechos humanos, pero que, a la vez e incongruentemente, presta su tolerancia y aun su apoyo a prácticas como el aborto provocado o la eutanasia, opuestas a los derechos inalienables de la persona. Esto significa que la tensión referida más arriba se da hoy como en otras épocas, y es responsabilidad de todos el lograr que, aquí y ahora, la exigencia de respeto a todos los seres humanos no admita excepciones.

65.     ¿Qué dice el Código Penal español sobre la eutanasia?

Nuestras leyes no mencionan el término "eutanasia" en absoluto. El Código Penal no contiene ninguna regulación especial de la eutanasia, pues considera homicidio tanto al que se comete por "compasión" o para evitar el dolor como al que se comete por cualquier otro motivo. Matar es siempre delictivo para las leyes españolas, sin que importe el motivo.

66.     ¿Qué establecen nuestras leyes sobre el suicidio?

El suicidio es lícito en nuestra legislación, como sucede en la mayoría de los países de nuestra cultura. Nuestras leyes no admiten el derecho a suicidarse. Sin embargo, el suicidio no se considera delito por obvias razones prácticas: si el que quiere quitarse la vida lo logra, ya no hay a quien castigar; y si no lo logra, amenazarle con la cárcel sólo servía para agravar sus deseos de suicidio.

67.     ¿Significa esto que el Derecho se abstiene de todo juicio sobre el suicidio?

No. Para el Derecho español, el suicidio es una conducta lícita, y por eso se considera delito tanto la conducta de quien induce a alguien a suicidarse como la del que ayuda a otro a quitarse la vida. El artículo 409 del Código Penal establece que "el que prestare auxilio o induzca a otro para que se suicide será castigado con la pena de prisión mayor; si se lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte será castigado con la pena de reclusión menor".

Como puede verse, se castiga tanto la inducción y el auxilio al suicidio como el llegar a quitar la vida a quien quiere suicidarse. Esta última figura se conoce habitualmente como "homicidio suicidio" u "homicidio consentido", y se le impone la misma pena que al homicidio a secas, porque para nuestro Código Penal, como para la ética, matar a otro es tan reprobable si se hace con su consentimiento como sin él.

68.     ¿No es la eutanasia una forma de homicidio consentido?

La eutanasia siempre es matar a otro, con o sin su consentimiento, por presuntos motivos de compasión o para evitarle dolores o situaciones dramáticas. Para nuestro Código Penal, la eutanasia es homicidio, y si se practica a petición de la víctima es el "homicidio suicidio" antes mencionado. En todos los casos la pena sería la misma.

69.     Según esto, ¿no es legítima la decisión de una persona de disponer de su propia vida?

No. En la conservación de la vida humana existen a la vez intereses individuales y sociales; y ni los primeros pueden prevalecer sobre los segundos en exclusividad, ni los segundos sobre los primeros.

Ningún ser humano es una realidad aislada, fuente autónoma y exclusiva de derechos y obligaciones. Todos somos solidarios por la mutua interacción entre padres e hijos, entre cada uno y el resto de la sociedad; por eso nadie tiene derecho a eliminar la vida, aun la propia. Así lo ha entendido la tradición jurídica occidental, que ha negado toda validez al consentimiento prestado para recibir la muerte, al considerar el derecho a la vida como indisponible, es decir, como un "derecho - deber".

Por eso, en nuestro Derecho el auxilio al suicidio es delito, el homicidio consentido se castiga con la misma pena que cualquier otro homicidio, y el no evitar un suicidio pudiendo hacerlo es también delito: el delito de omisión del socorro debido. Y por las mismas razones, nuestros Tribunales han reconocido el derecho a alimentar forzosamente a quienes se ponían en peligro de muerte por huelgas de hambre, o el derecho de los médicos a salvar la vida de quienes la pusieron en riesgo al intentar suicidarse, o el derecho de los jueces a autorizar actos médicos tendentes a salvar vidas de pacientes que se niegan a recibir tratamientos normales que no implican riesgos.

70.     ¿Por qué el Estado ha de impedir a las personas renunciar al derecho a vivir y, en cambio, les permite renunciar a otros derechos, como votar, casarse, asociarse, etc.?

Porque la renuncia a ejercitar el derecho a casarse, a votar, a asociarse o a opinar sobre una materia determinada, por ejemplo, se refiere a derechos que no quedan anulados, sino que en otras circunstancias pueden ejercitarse. Estos derechos - libertades no se pierden por la renuncia a su ejercicio en un momento concreto.

Existen, sin embargo, otros derechos de la persona que, de renunciarse a ellos, la misma persona o su dignidad quedarían anuladas. En esos casos, el Estado y el Derecho niegan validez a la expresión de voluntad de quien renuncia a ellos. Eso ocurre con el derecho a la vida: si una persona pretende darse muerte o pide que otros la ayuden a morir, está anulando su dignidad y sus derechos con carácter definitivo; por eso el Derecho no se desentiende de esa decisión, sino que la considera ineficaz y obliga a poner los medios para evitar que sea irreversible.

Además, el argumento del pretendido derecho del enfermo a decidir él como y el cuándo de la propia muerte tropieza con un obstáculo insalvable en la práctica. En la medida en que su propia situación clínica lo incapacita para suicidarse, el titular de ese supuesto derecho no puede ejercer él solo su autodeterminación, sino que ha de incorporar necesariamente a su decisión a otras personas. Al tratarse de un derecho del enfermo que afecta a su misma vida, esas personas vendrían obligadas a respetarlo, puesto que contra el ejercicio de los derechos humanos no cabe la objeción de conciencia. Se llegaría así a crear una "obligación de matar", disparate que no sólo repugna a la más elemental noción de libertad, sino también al sentido común.

71.     ¿Es el derecho la vida el único irrenunciable?

Ciertamente, no. Son muchos los derechos irrenunciables por su titular en las sociedades modernas. No se admite la renuncia a la integridad física, al derecho a la educación, a condiciones de trabajo dignas, etc. El consentimiento de una persona a que la mutilen o lesionen no evita que quien mutila o lesiona cometa un delito; o el deseo de un muchacho y sus padres de renunciar a recibir la instrucción básica no es tenido en cuenta por el Derecho y el Estado, que obligan al joven a recibir la educación que las leyes definen como obligatoria.

En materia laboral el ejemplo es muy claro y nos es próximo: en nuestra sociedad existen muchas personas dispuestas a trabajar en condiciones higiénicas o de seguridad inferiores a las exigidas por las leyes, o a trabajar más horas que las permitidas o por menos salario que el fijado legalmente como mínimo; sin embargo, el Derecho y el Estado no reconocen validez al consentimiento de esas personas, e imponen obligatoriamente el respeto a los derechos de los trabajadores aun en contra de la voluntad de éstos. En un caso extremo, piénsese la opinión que merecería un contrato voluntario de esclavitud.

Razones más importantes concurren todavía para que el Estado y sus leyes consideren irrenunciable el derecho a la vida, que hace posibles todos los demás y que si se pierde ya no es recuperable, pues es la base por el bien que protege: la vida de la propia dignidad humana.

Lo mismo sucede con el cinturón de seguridad en los coches: al ciudadano puede apetecerle o no ponérselo, pero el Estado le obliga a ello amenazándole con una sanción si no respeta esta obligación. La razón es que se da por supuesto que la vida de cada uno no es sólo de su particular y privado interés, sino que la sociedad está legitimada para exigir que cada uno asegure que no arriesga gratuita o imprudentemente su vida.

72.     ¿Existe doctrina del Tribunal Constitucional sobre si la Constitución admite o no el derecho a morir?

El Tribunal Constitucional español ha afirmado en varias sentencias que nuestra Constitución no reconoce un derecho a acabar con la propia vida.

El Tribunal Constitucional ha negado que exista un derecho a morir protegido por la Constitución, cuando se le ha planteado la legitimidad de la Administración y los Tribunales para ordenar la alimentación forzosa de terroristas encarcelados y en peligro de muerte por huelga de hambre (cfr. Sentencias 120/1990, de 27 de junio y 137/1990, de 19 de julio, entre otras).

73.     Entonces, ¿hay que suponer que es imposible que en España se legalice la eutanasia, por ser anticonstitucional?

No. No es imposible que el Tribunal Constitucional llegue a dar su visto bueno a la eutanasia. Los magistrados que lo integran pueden, aun de buena fe, buscar argumentos para dar por bueno lo que la mayoría del Parlamento quiera, aunque esto se oponga a lo que ya han sentenciado en otros casos, en que negar el derecho a morir era lo que solicitaba el abogado del Estado en nombre del Gobierno.

74.     ¿Y no hay una contradicción entre la negación del derecho a matarse y la consagración de la libertad como uno de los valores superiores por la propia Constitución?

No la hay. Si la libertad, entendida como la capacidad del ser humano para hacer cualquier cosa que quisiera, fuese fuente absoluta e incondicionada de derechos, no existirían los ordenamientos jurídicos, ni la sociedad, ni el Estado, pues cada persona determina por sí misma lo que es justo o injusto, bueno o malo, permitido o prohibido; y serían ilegítimos el Parlamento, los Tribunales, los Gobiernos, las leyes y los derechos humanos.

La libertad, como valor superior reconocido en la Constitución, se hace e . efectiva en los derechos que ésta garantiza en concreto, y no puede ser disculpa ni para negar tales derechos ni para violar el resto de las leyes. Así lo ha entendido el Tribunal Constitucional español con acierto en las Sentencias antes citadas.

El suicidio jamás ha sido considerado un derecho del hombre. De hecho, cuando se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en las Naciones Unidas, ese pretendido derecho no se incluyó, y no fue por omisión involuntario, ya que hubo varias propuestas de que se incorporase a la Declaración, y fueron rechazadas. Se dirá que en otro momento histórico futuro podría ocurrir al revés, y es, efectivamente, pero eso no cambiaría la realidad profunda de las cosas. La mención de la situación actual se aduce aquí sólo como constatación de un hecho cierto.

75.     Entonces, ¿no es coartar la libertad y la autonomía individual el negar al ser humano la capacidad de decidir cuándo y cómo quiere morir?

No lo es, porque no tiene sentido contraponer el derecho a la libre autodeterminación de la persona - como expresión de su dignidad - al bien de la vida humana, puesto que la vida humana, cualquiera que sea su estado de plenitud o de deterioro, es siempre vida personal, y por lo mismo goza indisociablemente de la dignidad indivisible de la persona, realidad unitaria de cuerpo y espíritu.

Enfrentar como incompatibles, aunque sea en determinadas circunstancias, la libertad y la vida equivaldría a la contradicción de realizar, en nombre de la dignidad de la persona como sujeto libre, un acto contra la dignidad de la persona, puesto que la vida, que es un bien fundamental de la persona, goza de su misma dignidad.

En este tipo de planteamientos de la libertad y la autonomía individual se esconde la falacia de considerar la libertad como un bien desligado de toda referencia a la verdad y el bien de la persona. El pretendido derecho a acabar con su vida no es para el hombre una afirmación de su dignidad, sino el intento de negarla en su misma raíz.

El pretender que el hombre no es plenamente libre si no le está permitido decidir su propia muerte entraña un sofisma tan pueril como el afirmar que Dios no es omnipotente porque hay algo que no puede hacer: el mal, es decir, no puede ir contra Sí mismo.

 

76.     Sin embargo, esta idea está muy extendida incluso entre personas tenidas por ilustradas. ¿Por qué?

Porque está muy extendida una concepción subjetivista de la ética y el Derecho, que tiene su fundamento en negar al ser humano la capacidad de averiguar por sí mismo la realidad objetiva de las cosas, convirtiendo la voluntad individual en la única fuente de moralidad y a la postre - potencialmente - de la legalidad.

Esta forma de pensamiento, muy vinculada a la orientación básica de la llamada filosofía moderna (el racionalismo cartesiano y sus derivados y epígonos), tiene sus manifestaciones prácticas más llamativas hoy en un desprecio antiecológico de la naturaleza, considerada como ilimitadamente manipulable por la voluntad humana, y en el positivismo jurídico, que considera a la voluntad legislativa como creadora de Injusticia y los derechos y, por tanto, legitimada para negarlos o suprimirlos.

Esta manera de pensar tiene la consecuencia de relativizarlo todo, y hace depender toda legitimidad del consenso social de cada momento, lo que nos lleva al absurdo de considerar los derechos humanos no como patrimonio de todo hombre por el hecho de serlo, sino como objetos a disposición de la voluntad mayoritaria.

Pero los derechos humanos fundamentales, el primero de los cuales hay que repetirlo es el derecho a la vida, no pertenecen al ámbito de la estadística, el juego de las mayorías, la confesionalidad religiosa o el consenso social, por otra parte tan propio de las sociedades democráticas en otras materias. Por el contrario, los derechos humanos constituyen el fundamento mismo y la fuente de todo Estado de Derecho sobre el que descansan las libertades y la democracia, y su intangibilidad no deriva de su promulgación, sino de su inserción en la naturaleza misma del ser humano. Olvidar esta realidad sólo puede conducir a una organización social edificada sobre la ley del más fuerte - aunque esa fortaleza se base en una mayoría legislativa - abriendo la puerta a todo totalitarismo, por muy disfrazado de libertades con que paradójicamente se presente. Para legislar con legitimidad hace falta la legitimidad de origen, pero ésta no legitima a su vez cualquier clase de legislación. Es bien sabido que Hitler llegó legítima y democráticamente al poder, pero eso no significa que el uso que hizo de él no se basase en la ley del más fuerte. La elección democrática de los legisladores y los gobernantes los legitima a ellos en cuanto tales, pero no a todas sus decisiones, que serán correctas si se adecuan a la dignidad de la persona, e ilegítimas si se oponen a ella.

El respeto a la dignidad de la persona, cuyo presupuesto inexcusable es el respeto a su vida, no es materia susceptible de adquirir o perder legitimidad mediante votación. Por el contrario, pierde legitimidad el poder del Estado o la Cámara legislativa que pretenda arrogarse la competencia de decidir discrecionalmente qué hombres ostentan derechos humanos y cuáles no.

77.     Sin embargo, ¿no es evidente que el hombre usa de su libertad (bien o mal, eso es otra cuestión) cuando decide su propia muerte?

Bajo el término "libertad" se esconden dos realidades enteramente distintas. Por una parte, cuando se habla de libertad se puede entender la mera facultad de hacer o no hacer, de hacer una cosa u otra, sin más. Entendida de este modo, la libertad no es más que la mera constatación de que el hombre puede actuar sin ser coaccionado, pero se prescinde por completo de si lo que hace es bueno o malo, justo o injusto, elogiable o repugnante. El ejercicio de la libertad así entendida no nos dice nada sobre si lo que el hombre hace o deja de hacer es admisible o recomendable ética o jurídicamente, o si, por el contrario, debe ser evitado y, en su caso, perseguido y castigado.

Pero también puede entenderse el término "libertad" para designar aquellas conductas humanas que reflejan la posibilidad existente en el hombre de realizar lo mejor de que es capaz, dando así una connotación ética a los actos que se consideran libres. En este sentido, el hombre que mata, viola o roba no ejercita propiamente su libertad; sí lo hace quien piensa, ama, vota o trabaja. En este segundo sentido, el término "libertad" permite un examen de las conductas humanas que lleve a algo más que a la mera constatación de que, de hecho, son posibles sin coacción.

La confusión aparece cuando se pasa del primer sentido al segundo, como si la pura circunstancia de que una acción es libre (en el sentido de que se realiza sin coacción) significase que sólo por eso ya es moralmente aceptable y jurídicamente defendible. Pero la experiencia demuestra que este salto lógico no es posible. Si lo fuera, habría que admitir el absurdo de que la violación, el atraco y la tortura, si se realizasen consciente y voluntariamente (es decir, libremente, en el primer significado expuesto), en lugar de ser delitos abominables serían derechos amparados por la ley.

En definitiva, en cierto sentido puede decirse que el hombre usa su libertad cuando decide su propia muerte, si toma esta decisión con plenitud de facultades y sin ser coaccionado; pero que la use bien o mal no es "otra cuestión”, sino que es precisamente lo que importa, lo decisivo, a la hora de establecer un juicio ético o jurídico sobre sus actos.

78.     ¿Cómo se formula el argumento de evitar la clandestinidad con el que algunos defienden la legalización de la eutanasia?

Suele expresarse de este modo: existen situaciones de extrema gravedad y circunstancias dramáticas en las que unas personas dan muerte a otras por compasión ante sus sufrimientos intolerables, o bien obedeciendo al expreso deseo de quienes quieren abreviar su vida, por hallarse en la fase terminal de una enfermedad incurable. Estas prácticas existen y, al no estar legalmente reguladas, se desarrollan en la clandestinidad, con lo que se impide por completo cualquier clase de control sobre los excesos o abusos que puedan producirse. En consecuencia, hay que establecer una regulación de esos casos remite.

Este es un argumento que se repite siempre que se trata de legalizar, o de dejar impunes, algunos atentados contra la vida de los inocentes, como el aborto y la eutanasia, y no suele presentarse solo, sino que por lo general va acompañado de consideraciones en torno al "derecho a morir", que ya hemos visto.

79.     ¿No es éste un argumento razonable, puesto que se refiere sólo a los casos más dramáticos e irresolubles?

No, ciertamente. El hecho de que se cometan delitos - obviamente, en la clandestinidad - no es razón para que esas conductas tengan que ser legalizadas. Según esta extraña lógica, habría que regular la evasión de impuestos en los casos límite de contribuyentes que tuvieran extremas dificultades para cumplir sus deberes con el Fisco, a fin de que no defrauden en la clandestinidad.

Cuando en la comisión de un delito concurren circunstancias especiales, la actitud razonable no es legalizar el delito en tales circunstancias, sino que el juez las tenga en cuenta a la hora de ponderar en el correspondiente juicio la responsabilidad del autor o los autores, si la hubiera.

Por otra parte, también en este tipo de argumentos nos hallamos ante la manipulación de las palabras y su significado. Los partidarios de la eutanasia propugnan su legalización para, mediante su control, impedir "excesos o abusos". Esta forma de presentar la cuestión presupone que, en determinadas circunstancias, la práctica de la eutanasia no es un exceso o un abuso; es decir, se ciega la posibilidad de debatir la naturaleza misma de la eutanasia, porque se parte gratuitamente del supuesto de que hay eutanasias abusivas y eutanasias correctas, lo cual es falso. Además, con esta forma de argumentar se intenta producir la impresión de estar solicitando una legislación restrictiva, cuando en la realidad se solicita una norma permisivo, que es exactamente lo contrario.

80.        El carácter irrenunciable, inalienable e indisponible del derecho a la vida, ¿tiene valor absoluto en el Derecho español, o admite excepciones?

 

Son varias las leyes que han admitido excepciones a este principio: las que han legitimado la pena de muerte, las que permiten el aborto no punible en determinados casos y las que hacen posible sin sanción penal la destrucción de embriones y fetos humanos en el entorno de las técnicas de reproducción asistida y las experimentaciones e investigaciones relacionadas con esas técnicas.

En un grado inferior al del derecho a la vida, nuestro Código Penal permite en algunos casos ir contra la integridad física de las personas, derecho íntimamente conexo al de la vida: son los casos de las esterilizaciones y los trasplantes de órganos, que, si son consentidos no son delito. Desde el punto de vista moral los trasplantes son, normalmente, dignos de elogio mientras que las esterilizaciones merecen un serio reproche moral.

81.     ¿Admite el Derecho español algún caso en que no sea castigado el atentado contra la integridad física de una persona sin su consentimiento?

Sí. Una reforma realizada en el Código Penal en 1989 modificó su artículo 428 para permitir la esterilización forzosa de deficientes psíquicos. Este es el primer caso en que la legislación española ha abierto la puerta a la legitimación jurídica de atentados a la integridad física de las personas sin su consentimiento, admitiendo así el peligroso principio de que los deficientes psíquicos, sólo por serlo, pueden ver limitados los derechos fundamentales que - por ser personas como las demás - la Constitución les reconoce.

Como es fácil advertir, admitido el principio, es imposible ya poner un límite lógico, absoluto e inamovible al proceso de limitación de derechos a los deficientes o a quienes están en situaciones asimilables por edad o por enfermedad.

Esta norma, aparte de intrínsecamente inmoral, ha introducido una escala de valores en el Derecho español que puede propiciar un deslizamiento suave hacia la eutanasia, hacia la privación del derecho a la vida a quienes por una u otra razón no están en la plenitud de sus facultades.

82.     ¿Puede en algún caso no ser delictiva la llamada eutanasia del recién nacido", es decir, el matar o dejar morir sin asistencia a un niño recién nacido al saberse, tras el parto, que es deficiente?

No. En España, matar a un recién nacido porque éste sea deficiente siempre es delito.

Sin embargo, puede llegar el día en que el legislador se plantee que en tales casos nadie debiera ser condenado o siquiera Juzgado, argumentando que se hace un favor al deficiente matándolo para evitar que lleve una vida de escasa calidad. SI, detectada la deficiencia - o la mera probabilidad de deficiencia - antes de nacer, la ley permite que se mate a un ser humano mediante un aborto no punible hasta las veintidós semanas de vida intrauterina, no se ve razón lógica para impedir que se le mate tres meses y medio después si se aprecia entonces la deficiencia del niño.

El aborto "eugenésico" no punible ha introducido una lógica de eliminación de vidas deficientes que no tiene por qué detenerse en el momento del parto. En países cercanos geográfica y culturalmente al nuestro ya se han dado casos de padres que han matado a hijos recién nacidos por ser deficientes, y han sido absueltos por los tribunales con argumentos como los expuestos.

83.     Ya que el derecho a la vida es irrenunciable, ¿pueden los médicos tomar las decisiones que quieran para mantener con vida a sus pacientes?

No. El Derecho español se basa en el principio de que el tratamiento médico sólo es legítimo si el paciente consiente en él. Si un médico decidiera actuar sobre un paciente en contra de la voluntad de éste, podría cometer un delito de coacciones. Ahora bien, la libertad del paciente para recibir o no un determinado tratamiento, o sufrir o no una intervención quirúrgica, no llega hasta el extremo de obligar al médico a cometer un delito como quitarle la vida. Si la voluntad del paciente revelase una actitud claramente suicida, el médico podría y debería - con autorización judicial, en su caso aplicarle tratamientos ordinarios y no arriesgados para mantenerlo en vida, ya que, de lo contrario, podría cometer el delito de omisión del socorro debido.

84.     ¿Qué es el delito de omisión del socorro debido?

El Código Penal lo define en su artículo 489 ter así:

"El que no socorriera a una persona que se hallare desamparada y en peligro manifiesto y grave, cuando pudiere hacerlo sin riesgo propio ni de tercero, será castigado con la pena de arresto mayor o multa de 30.000 a 60.000 pesetas.

En la misma pena incurrirá el que, impedido a prestar socorro, no demandare con urgencia auxilio ajeno.

Si la Víctima lo fuere por accidente ocasionado por el que omitió el auxilio debido, la pena será de prisión menor".

Considerar delito el no prestar socorro a quien se encuentra en peligro para su vida o su integridad física es una manifestación de solidaridad social y humana, y se basa precisamente en que toda persona tiene derecho a que los demás la ayuden cuando esté en peligro, sin que se distinga si eso ocurre por causas ajenas a su voluntad o por su propio deseo.

La existencia de este delito, y la exigibilidad ética de esta conducta de ayuda a quien está en peligro, acreditan cómo no existe un derecho a quitarse la vida. Si eso no fuera así cometerían un delito de coacciones el policía que intenta evitar que el suicida se arroje por la ventana, o el médico que procura salvar la vida del herido que ingresa en grave estado como consecuencia de un intento de suicidio.

Además, quien no hiciera todo lo posible por salvar la vida de otro, aun cuando éste desease morir, violaría el principio de justicia que exige dar a cada cual lo que es suyo y reconocerle su dignidad aunque él no lo desee.

85.     ¿Qué es el principio de justicia?

Es uno de los principios generales del Derecho según el cual todo ser humano debe ser respetado y su dignidad protegida y amparada por los demás - incluido el Estado - aun en el caso de que renuncie explícita y expresamente a ello. Este principio elemental de la ética social y de la conducta común implica que prevalece la justicia sobre la autonomía del individuo, de forma que nadie puede hacer daño a otro aunque éste lo pida.

El principio de justicia es una expresión del sentido ético básico de la Humanidad, fundamento elemental de todas las leyes y de la propia convivencia social. Sin él no tendían justificación alguna ni el Derecho ni los Tribunales, y sería imposible una sociedad organizada sobre fundamentos distintos de la ley del más fuerte y la institucionalización de la violencia.

86.     Si esto es así, ¿cómo es que algunos dicen que es preciso legalizar la eutanasia para evitar el encarnizamiento terapéutico?

Quienes defienden tal argumento, o hacen pura demagogia al llamar "encarnizamiento terapéutico" a que el médico no pueda ser obligado a acabar con la vida de sus pacientes cuando éstos o sus familiares lo soliciten, o engañan - de buena o mala fe - a la opinión pública pretendiendo que ésta caiga en el error de legalizar un mal (la eutanasia) para evitar otro mal (el encarnizamiento terapéutico), cuando la verdad es que ambos males ya están prohibidos y castigados por las leyes.

87.     ¿Qué valoración global merece la legislación española en cuanto a la protección del derecho a la vida?

Actualmente, crecen las opiniones y se elaboran propuestas legislativas que pretenden ampliar las grietas ya existentes en el bloque coherente que una tradición de siglos ha construido para comprometer activamente al Estado y al Derecho en la defensa de la vida humana. Pero, salvo en lo relativo a seres humanos no nacidos, o concebidos en laboratorio, la protección jurídica en España del derecho a la vida es bastante correcta.

88.     ¿Es válido en España el llamado “testamento vital"?

Si por "testamento vital" se entiende el mandato hecho a una persona para que acabe con la propia vida en caso de estar gravemente enfermo, impedido o con fuertes dolores, tal testamento es nulo y totalmente ineficaz, porque nadie puede obligar a otro a matarlo ni por acción ni por omisión.

En cambio, si por "testamento vital" se entiende la expresión de la voluntad de una persona de renunciar a que le sean aplicados medios desproporcionados para alargarle artificial o mecánicamente la agonía cuando ya no sea posible salvarle la vida, tal testamento es válido jurídica y éticamente.

Como ejemplo concreto de un "testamento vital" perfectamente válido y admisible, está el que la Conferencia Episcopal Española ha aprobado y propuesto a los cristianos. Su texto dice así:

TESTAMENTO VITAL

A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:

Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.

Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

Por ello, yo, el que suscribe.................... pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.

Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.

Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuamos cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.

Fecha....................

Firma

89.     La exigencia de respeto al principio de justicia. ¿permite hablar de una "ecología humana"?

Desde luego que sí. Al igual que los hombres hemos ido adquiriendo la convicción de la necesidad de respetar la Naturaleza sin manipularla abusivamente al servicio egoísta de nuestros exclusivos intereses, debemos también convencernos de que mayor respeto aún merece el ser humano. Sería aberrante que, mientras la mentalidad ecológica se constituye en legítimo título de orgullo de nuestros contemporáneos, excluyésemos a los seres humanos de esta mentalidad de respeto.

En España, como en los demás países tenidos por civilizados, se da la paradoja de que se aprueban leyes cuyo objeto es proteger a los animales de tratos hirientes o experimentos innecesarios, y, al mismo tiempo, se proponen leyes (y a veces se aprueban) que desprotegen jurídicamente a los seres humanos, de forma que el Estado y el Derecho están menos comprometidos con el respeto a la dignidad del hombre que con la defensa de los animales frente a tratos degradantes. Dado que estas contradicciones existen, no sólo se puede, sino que se debe hablar de una ecología humana, implicada y comprometida en la salvaguarda de la vida como un derecho inalienable, indisponible e irrenunciable.


VI.     LA IGLESIA ANTE LA EUTANASIA

90.     La cuestión de la eutanasia ¿es un problema religioso o moral?

Además de un problema médico, político o social, la eutanasia es un grave problema moral para cualquiera, sea o no creyente.

Quienes creemos en un Dios personal que no sólo ha creado al hombre sino que ama a cada hombre o mujer en particular y le espera para un destino eterno de felicidad y, en especial, los católicos, tenemos un motivo más que los que pueda tener cualquier otra persona para rechazar la eutanasia, pues los que así pensamos estamos convencidos de que la eutanasia implica matar a un ser querido por Dios que vela por su vida y su muerte. La eutanasia es así un grave pecado que atenta contra el hombre y, por tanto, contra Dios, que ama al hombre y es ofendido por todo lo que ofende al ser humano; razón por la que Dios en su día pronunció el "no matarás" como exigencia para todo el que quiera estar de acuerdo con Él.

Para los católicos, la eutanasia, como cualquier otra forma de homicidio, no sólo es un ataque injustificable contra la dignidad humana, sino también un gravísimo pecado contra un hijo de Dios.

Oponerse a la eutanasia no es postura exclusiva de quienes creen en Dios, pero para éstos es algo natural y no renunciaba: para ellos la vida es don gratuito de Dios y nadie está legitimado para acabar con la vida de un inocente.

 

91.     Sin embargo, la Iglesia no condena en toda circunstancia la guerra y la pena de muerte. ¿No es contradictorio esto con su postura sobre la eutanasia?

No es contradictorio por cuanto la guerra y la pena de muerte pueden ser expresión del derecho a la legitima defensa contra la agresión injusta, que la Iglesia siempre ha reconocido a las personas y las sociedades y que, por otra parte, es admitida por todos los ordenamientos jurídicos contemporáneos como por las declaraciones internacionales sobre derechos humanos. La eutanasia, por el contrario, jamás puede ser entendida como legitima defensa aunque materialmente su efecto sea el mismo que el de la guerra o la pena de muerte.

Uno de los requisitos para considerar admisible la legítima defensa es el de la proporcionalidad entre el ataque que se recibe y el daño que se causa al agresor. Hoy día se extiende el convencimiento entre muchos moralistas - y ello ha sido reflejado en algunos textos del episcopado mundial - de que los medios de destrucción masiva existentes hacen desproporcionado cualquier guerra en la que se usen estos medios. Asimismo se extiende la opinión de que la ineficacia acreditada de la pena de muerte como elemento disuasorio, la convierte también en desproporcionado para justificarla moralmente como legítima defensa social. Por tanto, en la medida en que medios distintos de la pena de muerte y la guerra sean suficientes para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger la paz pública, estos recursos no sangrientos deben preferirse por ser más proporcionados y más conformes al fin perseguido y a la dignidad humana.

De ahí que varias Conferencias Episcopales hayan tomado postura oficialmente a favor de la abolición de la pena de muerte y en contra del carácter justo de cualquier guerra no puramente defensiva, postura que este documento comparte, pues, si se debe defender la vida, este principio es indivisible, y debe ser de aplicación en todos los casos.

92.     ¿Por qué la Iglesia condena el suicidio y la eutanasia y, en cambio, exalta el martirio?

La vida humana en su dimensión corporal participa ciertamente, según se ha dicho antes, de la dignidad de la persona y, por lo mismo, no se puede atentar contra ella por ningún motivo.

La Iglesia condena por ello el suicidio y el homicidio. en sus diversas formas y cualesquiera que sean los motivos que se invoquen para cometerlos. Tan condenable es la eutanasia en cuanto una forma de homicidio por motivo de piedad y compasión, como el atentado contra la propia vida por un motivo religioso, que sería en ese caso, desde luego, un suicidio.

Pero es evidente que el mártir no es un suicida que atenta contra su vida por un motivo religioso. El mártir no se quita la vida: se la quitan. No realiza un suicidio, sino que es víctima de un homicidio. No quebranta, pues, en absoluto, el principio de la inviolabilidad de la vida humana como bien fundamental de la persona.

Ahora bien: la vida humana en su dimensión corporal participa de la dignidad de la persona, pero no se identifica con esta dignidad. La persona humana es cuerpo, pero es también más que cuerpo. Forman parte, por ello, de la dignidad de la persona otros valores más altos que el de su vida física, y por los que el hombre puede entregar su vida, gastarla y hasta acortarla mientras no atente directamente contra ella. La vida humana, siendo un valor fundamental de la persona, no es el valor absoluto y supremo.

La Iglesia, que condena el suicidio y el homicidio por atentar contra un bien fundamental e inviolable de la persona, exalta el martirio por cuanto es una entrega que el mártir hace de su vida física en aras de unos valores superiores a ella, como son su fidelidad y amor a Dios, dando con ello testimonio heroico de vida coherente con las más altas exigencias de la dignidad de la persona humana lejos de atentar contra esta dignidad hace una máxima afirmación de ella.

Que la entrega de la vida sea una muestra de la dignidad de la persona humana es, por otra parte, fácil de advertir. La experiencia cotidiana nos brinda ejemplos de vidas que se entregan, se gastan en cada momento en el ejercicio de las responsabilidades familiares, profesionales o sociales. La madre que quebranta su salud pasando noches enteras junto al lecho de su marido o su hijo; el bombero que arriesga su vida por sofocar un incendio; el empresario o el sindicalista que sufren enfermedades derivadas de la tensión por mantener unos puestos de trabajo; el socorrista que se pone en trance de morir ahogado... Todos éstos son ejemplos, entre otros muchos, de formas de gastar, de acortar y de arriesgar la propia vida en aras de valores solidarios. Cuando el valor que se pone en juego es un valor supremo, el ofrendar supremamente la vida es una actitud coherente y admirable, y es evidente que nada de eso tiene que ver con la eutanasia.

Es en esta lógica de la entrega, de la donación de la vida, donde se enmarca el martirio, y por lo que merece ser exaltado.

93.     ¿Puede decirse, entonces, que la vida humana no es para la Iglesia un valor absoluto?

La vida humana no es para la Iglesia un valor absoluto al que todos los demás se deban subordinar; lo que es un valor absoluto para la Iglesia es la dignidad de la persona humana, que está hecha a imagen y semejanza de Dios. Por eso el martirio o el arriesgar la propia vida por salvar a otros no sólo no son pecado, sino que pueden ser algo valioso e incluso moralmente obligatorio.

Así, la Iglesia ha elevado a los altares a una persona como Maximiliano Kolbe, que realizó, por motivos sobrenaturales, un acto de suprema generosidad entregando su vida para salvar la de otra persona.

No existe, en consecuencia, contradicción alguna entre el estricto criterio de rechazo a la eutanasia por parte de la Iglesia y el que para ella existan valores superiores a la vida humana: matar a un ser humano inocente es gravísimo pecado; que un ser humano asuma morir por hacer el bien que debe o antes que verse obligado a hacer el mal, es virtuosa actitud.

94.     ¿Se puede resumir en pocas palabras cuál es la doctrina de la Iglesia sobre la eutanasia?

La doctrina de la Iglesia sobre la eutanasia es la que ha quedado expuesta en este documento, pero podemos resumirla ahora en forma de decálogo:

1.     Jamás es lícito matar a un paciente, ni siquiera para no verle sufrir o no hacerle sufrir, aunque él lo pidiera expresamente. Ni el paciente, ni los médicos, ni el personal sanitario, ni los familiares tienen la facultad de decidir o provocar la muerte de una persona.

2.     No es lícita la acción que por su naturaleza provoca directa o intencionalmente la muerte del paciente.

3.     No es lícito omitir una prestación debida a un paciente, sin la cual va irremisiblemente a la muerte; por ejemplo, los cuidados vitales (alimentación por tubo y remedios terapéuticos normales) debidas a todo paciente, aunque sufra un mal incurable o esté en fase terminal o aun en coma irreversible.

4.     Es lícito rehusar o renunciar a cuidados y tratamientos posibles y disponibles, cuando se sabe que resultan eficaces, aunque sea sólo parcialmente. En concreto, no se ha de omitir el tratamiento a enfermos en coma si existe alguna posibilidad de recuperación, aunque se puede interrumpir cuando se haya constatado su total ineficacia. En todo caso, siempre se han de mantener las medidas de sostenimiento.

5.     No existe la obligación de someter al paciente terminal a nuevas operaciones quirúrgicas, cuando no se tiene la fundada esperanza de hacerle más llevadera su vida.

6.     Es lícito suministrar narcóticos y analgésicos que alivien el dolor, aunque atenúen la consciencia y provoquen de modo secundario un acortamiento de la vida del paciente. Siempre que el fin de la acción sea calmar el dolor y no provocar subrepticiamente un acortamiento sustancial de la vida; en este caso, la moralidad de la acción depende de la intención con que se haga y de que exista una debida proporción entre lo que se logra (la disminución del dolor) y el efecto negativo para la salud.

7.     Es lícito dejar de aplicar tratamientos desproporcionados a un paciente en coma irreversible cuando haya perdido toda actividad cerebral. Pero no lo es cuando el cerebro del paciente conserva ciertas funciones vitales, si esa omisión provocase la muerte inmediata.

8.     Las personas minusválidas o con malformaciones tienen los mismos derechos que las demás personas, concretamente en lo que se refiere a la recepción de tratamientos terapéuticos. En la fase prenatal y postnatal se les han de proporcionar las mismas curas que a los fetos y niños sin ninguna minusvalía.

9.     El Estado no puede atribuirse el derecho a legalizar la eutanasia, pues la vida del inocente es un bien que supera el poder de disposición tanto del individuo como del Estado.

10.  La eutanasia es un crimen contra la vida humana y contra la ley divina, del que se hacen corresponsables todos los que intervienen en la decisión y ejecución del acto homicida.

 

95.     En las situaciones ¿No se plantean al médico, la enfermera o los familiares creyentes, unos problemas morales muy difíciles de resolver?

Pueden plantearse tales problemas y pueden ser de difícil resolución, como sucede por otra parte en otros muchos ámbitos de la vida (¿cuál es el salario justo?, ¿cuál la actitud respecto a un hijo, un marido o una esposa delincuente?, ¿qué impuestos son justos? etc.), pero se puede llegar a una solución justa si se tienen claros los principios morales, los bienes que hay que respetar y los males que hay que evitar. En el caso del enfermo terminal, habrá que acudir al contraste de opiniones con otros expertos en Medicina y en Moral, y habrá que reflexionar con cuidado y lealtad sincera hacia el otro y sus derechos, antes de tomar una decisión.

Si a pesar de todo permanece la duda, la actitud moralmente prudente será la de abstenerse de correr el riesgo de hacer algo inmoral, viejo principio de gran eficacia.

96.     ¿Y no es demasiado ambiguo el dejar al puro criterio del médico, o del estado de la ciencia en un momento concreto, la determinación de lo que son medios proporcionados o no para mantener la vida?

No, no es ambiguo: es profundamente humano y realista. Pretender hacer un elenco casuístico de todos los casos posibles es inútil, porque tal relación es imposible. La moral (como, por otra parte, el Derecho, tanto eclesiástico como civil) define los principios del recto obrar, identifica los bienes que han de ser respetados y pone de manifiesto los males que han de ser evitados. Después es el sujeto del acto moral, el hombre con capacidad de conocer y querer, el que debe decidir - según su conciencia, previamente formada - ante la situación concreta. Es esa - la decisión - la responsabilidad de cada ser humano y debe ser asumida pensando en Dios, porque Él es el que al final juzga.

Esto es así no sólo respecto a la eutanasia, sino en mil ámbitos más: el trabajador que se plantea ir a la huelga, el empresario que fija salarios y condiciones de trabajo, el legislador o el político que adopta decisiones que afectan a millones de ciudadanos, el vendedor que pone precio a sus productos, el juez que dicta sentencia, el padre o la madre que se ven ante un hijo problemático, son personas que tienen la obligación moral de adoptar decisiones justas, y para ello no disponen de ninguna lista de casos que lo abarque todo, sino que deben basarse en los principios morales que la Iglesia enseña, y también en las circunstancias diversas cambiantes, a veces fugaces y otras difíciles de aprender de la realidad sobre la que su decisión va a incidir.

La doctrina es clara y segura; las circunstancias pueden no ser conocidas con total certeza, y la decisión - el acto moralmente relevante - siempre será un acto del hombre enfrentado a la situación conflictiva. Esta es la grandeza y la servidumbre de la libertad que caracteriza al hombre.

97.     ¿Cuál es la doctrina de la Iglesia sobre el dolor y la muerte?

Para quienes tienen fe, el interrogante que sobre el mal se hacen todos los hombres es más acuciante, pues la fe nos hace tener presente a un Dios todopoderoso que ama a cada hombre. Pues bien, el conocimiento de que, en la realidad, la providencia amorosa de Dios respecto a cada hombre es compatible con la existencia del dolor y el sufrimiento, nos indica que el dolor - aunque no podamos explicarlo - tiene un sentido.

Cuando a Cristo se le preguntó por alguna de las facetas del dolor, fue parco en palabras: prácticamente sólo explicó que no se trataba de un castigo divino (cfr. curación del ciego de nacimiento; Jn. 9,2-4). Pero Jesús hizo algo mejor que pronunciar palabras sobre el dolor: sufrió el dolor total en la Cruz convirtiendo ese dolor y esa muerte, por la Resurrección, en la Buena Nueva, dándole el máximo sentido: ese dolor atroz hasta la muerte es el máximo bien de la Humanidad y dio sentido al hombre, a la historia y al universo.

Quizá nosotros lo más que podarnos hacer sea imitar a Cristo: decir pocas palabras sobre el dolor, pero vivir la experiencia de encontrarle sentido convirtiéndolo, con la esperanza en la resurrección y la vida eterna, en fuente de amor y de superación de uno mismo, para unirnos en espíritu con el sufrimiento de Cristo, que prometió la bienaventuranza a los que sufren: a los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos.

Cristo no teorizó sobre el dolor: amó y consoló a los que sufren y Él mismo sufrió hasta la muerte, y muerte de cruz. La Iglesia no elabora teorías sobre el dolor, pero quiere aportar a la Humanidad una vocación de donación preferente hacia los que sufren, y también la experiencia del sentido del dolor que Cristo nos dio con su muerte, y que tantos millones de cristianos intentan revivir todos los días desde hace veinte siglos.

98.     ¿Cuál debe ser la actitud de un cristiano ante la eutanasia y, en general, ante el sufrimiento y la muerte propios o ajenos?

Todos los cristianos podemos y debemos coadyuvar con nuestras palabras, nuestros actos y nuestras actitudes y recrear en el entramado de la vida cotidiana una cultura de la vida que haga inadmisible la eutanasia. En particular, y a título meramente de ejemplo, todos podemos ayudar a esa inmensa tarea:

·       aceptando el dolor y la muerte, cuando nos afecte personalmente, con la visión sobrenatural propia de un católico que sabe que puede unirse a Cristo en su sufrimiento redentor y que, tras la muerte, nos espera el abrazo de Dios Padre;

·       ejercitando según nuestros medios, posibilidades y circunstancias, un activo apoyo al que sufre: desde una sonrisa hasta la dedicación de tiempo y dinero mil cosas podemos hacer para aliviar el dolor ajeno y ayudar al que lo padece a sacar amor y alegría honda de su dolor, y no odio y tristeza;

·       rezando por los que sufren, por quienes los atienden, por los profesionales de la salud, por los políticos y legisladores en cuyas manos está legislar a favor de la eutanasia o a favor de la dignidad del que sufre. La oración es el alma más poderosa y eficaz con que contamos los cristianos;

·       facilitando el surgimiento de vocaciones a las instituciones de la Iglesia que por su carisma fundacional están específicamente dedicadas a atender a la humanidad doliente y que constituyen hoy - como hace siglos - una maravillosa expresión del amor y el compromiso práctico de la Iglesia con los que sufren;

·       acogiendo con amor sobrenatural, afecto humano y naturalidad en el seno de la familia a los miembros dolientes, deficientes, enfermos o moribundos aunque eso suponga sacrificio;

·       estando presentes en los medios de comunicación social y demás foros de influencia en la opinión pública para hacer patentes nuestras convicciones sobre el dolor y la muerte y nuestras alternativas a la eutanasia homicida: cartas al director, llamadas telefónicas, estudios médicos, conferencias, etc.;

·       votando, en los procesos electorales de nuestro país, con atención responsable hacia la actitud de cada partido político ante cuestiones como la familia, la sanidad, la política respecto a los minusválidos y la tercera edad, la eutanasia, etc.;

·       los médicos, enfermeras y demás profesionales sanitarios, promoviendo un tipo de Medicina y de asistencia hospitalaria realmente centradas en el enfermo, en el trato digno al paciente.

En todo caso tenemos a nuestra disposición un sacramento - la unción de los enfermos - específicamente creado por Dios para preparar una buena muerte.

99.     ¿Qué es el Sacramento de la Unción de los Enfermos?

Es uno de los siete Sacramentos de la Iglesia destinado a reconfortar a los que están probados por la enfermedad.

Este Sacramento otorga al cristiano un don particular del Espíritu Santo, mediante el cual el hombre recibe una gracia de fortalecimiento, de paz y de valor para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de fragilidad de la vejez. Esta gracia renueva en el que la recibe su fe y confianza en el Señor, robusteciéndole contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal modo que pueda, no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e incluso, conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual; asimismo, la unción de los enfermos le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la penitencia cristiana. La Unción es Sacramento de enfermos y sacramento de Vida, expresión ritual de la acción liberadora de Cristo que invita, y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella.

Es aconsejable recibir este Sacramento en enfermedad grave, vejez o peligro, como puede ser el de una operación quirúrgica en que peligra su vida, pudiendo reiterarse aún dentro de la misma enfermedad si ésta se agrava, no debiendo reservarse para cuando el enfermo está ya privado de su consciencia.

Así dice el Concilio: "... no es sólo el Sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC 73).

Unido a este Sacramento, el "Viático" o recepción de la Eucaristía que ayude a completar el camino hacia el Señor, ("Viático", quiere decir "Vianda" para el camino), perfeccionará la esperanza cristiana "asociándose voluntariamente (el enfermo) a la pasión y muerte de Cristo" (L.G. 11).

100.    ¿Cuál debe ser la actitud de un cristiano ante la muerte?

Los cristianos deben ver la muerte como el encuentro definitivo con el Señor de la Vida y, por lo tanto, con esperanza tranquila y confiada en Él, aunque nuestra naturaleza se resista a dar ese último paso que no es fin, sino comienzo. La antigua cristiandad denominaba, con todo acierto, al día de la muerte, "dies natalis", día del nacimiento a la Vida de verdad, y con esa mentalidad deberíamos acercarnos todos a la muerte.

En todo tiempo la piedad cristiana identificó en breves jaculatorias el deseo que a todos los cristianos debe animar respecto a su muerte: que en la última agonía está muy cerca de nosotros la Madre de Dios, como estuvo al pié de la Cruz cuando su Hijo moría.


vendredi 20 décembre 2013

Judas, uma palavra de salvação

A salvação é algo comum a todos quantos, em todos os lugares, invocaram a Cristo como Senhor "À igreja de Deus que está em Corinto, aos santificados em Cristo Jesus,chamados santos,com todos os que em todo o lugar invocam o nome de nosso SENHOR Jesus Cristo, Senhor deles e nosso:" (1aCo. 1. 2).

Judas sentiu a necessidade de concitar os cristãos a batalharem pela fé, ou seja, a lutarem pela doutrina do evangelho, quando percebeu que algumas pessoas que se diziam cristãs estavam pervertendo a mensagem do evangelho. Estes indivíduos que se introduziram em meio ao ajuntamento solene dos que professavam a fé em Cristo e que estavam ensinando doutrinas provenientes de uma concepção ímpia, jamais conseguiriam conspurcar a Igreja de Deus.

Não podemos confundir o ajuntamento solene de pessoas, onde os ímpios também podem comparecer, com a Igreja de Deus, que é formada somente por aqueles que se tornaram membros do corpo de Cristo pela fé. Os homens que comparecem ao ajuntamento solene dos cristãos, fazem isso dissimuladamente, procurando transtornar o evangelho, impondo a libertinagem, e negam a Cristo, único Senhor e Deus.

Desde que iniciou-se a proclamação do evangelho aos povos, os seguidores de Jesus foram perseguidos e confrontados com outras doutrinas. Num primeiro momento, os cristãos foram atacados pelos judaizantes, que alegavam ser necessário aos cristãos circuncidarem- se e guardar a lei, embora Jesus não tenha dado mandamento algum: "Porquanto ouvimos que alguns que saíram dentre nós vos perturbaram com palavras, e transtornaram as vossas almas, dizendo que deveis circuncidar-vos e guardar a lei, não lhes tendo nós dado mandamento" (At. 15.24).

Os judaizantes queriam deitar fermento à massa: "Um pouco de fermento leveda toda a massa" (Gl. 5.9), e concitava os cristãos a se circuncidarem. Paulo, porém, alerta que tal apelo é fruto de um outro evangelho (Gl. 1.6,7), que tal chamado não é proveniente de Cristo (Gl. 5.8), e que estes homens querem submeter novamente os cristãos à escravidão. Os judaizantes queriam fazer os cristãos voltarem a confiar na carne, ou seja, em elementos provenientes da origem em Abraão e na lei (Gl. 5.13). O apóstolo Paulo, que poderia e tinha elementos para confiar na sua carne, deixou de fazê-lo para ganhar a Cristo (Fl. 3.4).

Porém, o amado irmão Judas estava enfrentando uma outra categoria de indivíduos dissimulados. O modo como Judas os descreve, aparenta tratar-se de indivíduos dentre os gentios, que ouviram a mensagem do evangelho, porém preferiram a libertinagem como o proceder. Temos de Judas uma confissão da deidade de Cristo, quando ele se refere a Cristo como Senhor, o único Deus anunciado no A. T., o Salvador (Rm. 10.9).

O intuito dos que querem transtornar o evangelho é uma flagrante ação do anticristo, visto que a ação dele é negar a Cristo, comprometendo a verdade do evangelho "Quem é o mentiroso,senão aquele que nega que Jesus é o Cristo? É o anticristo esse mesmo que nega o Pai e o Filho" (1aJo. 2.22).

A exortação de Judas é idêntica à que Paulo escreveu aos Filipenses: "O que é mais importante, deveis portar-vos dignamente conforme o evangelho de Cristo.Então,quer vá e vos veja,quer esteja au-sente, ouça acerca de vós que estais firmes em um mesmo espírito, combatendo juntamente com o mesmo ânimo pela fé do evangelho" (Fl. 1.27).

“Mas quero lembrar-vos, como a quem já uma vez soube isto, que, havendo o Senhor salvo um povo, tirando-o da terra do Egito, destruiu depois os que não creram; e aos anjos que não guardaram o seu principado, mas deixaram a sua própria habitação, reservou na escuridão e em prisões eternas, até ao juízo daquele grande dia; Assim como Sodoma e Gomorra, e as cidades circunvizinhas, que, havendo-se entregue à fornicação como aqueles, e ido após outra carne, foram postas por exemplo, sofrendo a pena do fogo eterno”.

Embora os cristãos já soubessem da necessidade de estarem engajados na defesa da verdade do evangelho, Judas escreveu para reavivar-lhes a lembrança. Para relembrá-los da necessidade de perseverarem na fé, Judas apresenta três exemplos: a libertação de Israel do Egito, os anjos que não guardaram a sua posição e as cidades de Sodoma e Gomorra.

O mesmo Senhor, que os homens ímpios estavam negando, é o Senhor que resgatou o povo de Israel da escravidão no Egito "E beberam todos de uma mesma bebida espiritual, porque bebiam da pedra espiritual que os seguia; e a pedra era Cristo" (1aCo. 10.4). Através desta pequena referência ao povo de Israel, Judas quer trazer à lembrança dos irmãos uma lição que eles já haviam aprendido. Sobre Israel e os que foram destruídos, podemos nos socorrer dos ensinamentos de Paulo.

Embora tenha sido resgatado do Egito um povo, nem todos eram israelitas de fato "Não que a palavra de Deus haja faltado, porque nem todos os que são de Israel são israelitas" (Rm. 9.6). Da mesma forma, nem todos que se apresentavam na assembléia dos cristãos eram verdadeiramente membros do corpo de Cristo.

Os que pereceram no deserto eram descendentes de Abraão, porém, pela incredulidade que havia neles, não vieram a ser contados como filhos de Abraão. Na condição de povo eram israelitas, porém, por não crerem individualmente, não puderam ser contados como filhos de Deus. Judas esperava que os cristãos considerassem que Deus resgatou Israel da escravidão do Egito para tornar conhecido o seu nome em toda a terra, fazendo de Israel sua propriedade particular, dentre todos os povos da terra "Mas, deveras, para isto te mantive, para mostrar meu poder em ti, e para que o meu nome seja anunciado em toda a terra" (Ex. 9.16).

A doxologia da Epístola de Judas é uníssona com o que foi dito pelos apóstolos (1aCo. 1.8; Fp. 1.10; 1aTs. 5.23e24;1aPe-5.10). Esta epístola demonstra que a palavra de um servo de Cristo precisa ser a mesma palavra daquelas dos apóstolos-(Judas-1).

http://www.bibliacomentada.net/article/a-epístola-de-judas-60-6.html 

mercredi 27 novembre 2013

Política e teologia -- a praxe solidária

A praxe solidária e a teologia da vida: questões que um político cristão deve levar em conta -- uma leitura a partir de Enrique Dussel

Prof. Dr. Jorge Pinheiro

Devemos nos distanciar (1) do marxismo lido a partir do ateísmo e (2) da religião que faz a legitimação da dominação. E a partir desse distanciamento, procurar definir caminhos para a militância política das comunidades cristãs. E aqui, sem dúvida, encontramos uma complementaridade fundamental e necessária à teologia: a atividade militante dos cristãos no interior das comunidades religiosas é motivada por diferentes opções históricas, tanto a favor da legitimação da dominação, que pode ser chamada de religião super/estrutural, como a favor da crítica da dominação, ou seja, da religião infra/estrutural. Entre os dois extremos situa-se um amplo campo religioso, ambíguo, já que a instituição religiosa necessita tanto do organizador como do profeta. E é a partir da análise dessa ambiguidade que devemos traçar as questões centrais que envolvem realidade brasileira e dão forma à praxe do militante cristão.

O momento analético é a afirmação da exterioridade: não é somente a negação da negação do sistema desde a afirmação da totalidade. É a superação da totalidade a partir da exterioridade daquele que nunca esteve dentro. O momento analético é crítico por isso: é a superação do método dialético negativo. Afirmar a exterioridade é realizar o impossível para o sistema, o imprevisível para a totalidade, aquilo que surge a partir da liberdade não condicionada e inovadora. Como consequência, a analética é prática: é uma economia, uma pedagogia e uma política que trabalham para a realização da alteridade humana, alteridade que nunca é solitária, mas tem o seu centro e fundamento na pessoa real.

Discutir a religião como infra/estrutura e super/estrutura é superar a visão de que as lutas de emancipação no Brasil e na América Latina tiveram origem nos movimentos milenaristas, que se adaptaram e organizaram movimentos políticos ou retrocederam convertendo-se em religiões alienadas no sentido mais limitado do termo. A religião é a primeira consciência que o ser humano tem de si mesmo, e as relações morais, do filho com os pais, do marido com a mulher, do irmão com o irmão, do amigo com o amigo, enfim do ser humano com seu próximo, são relações religiosas.

A religião, enquanto conjunto de mediações simbólicas e rituais, como doutrina explicativa do mundo e que se posiciona a partir da referência ao Absoluto, participa do fechamento do sistema sobre si mesmo. Essa totalidade do sistema é um processo de divinização, que cumpre a função de ocultar a dominação. A noção de religião super/estrutural traduz esse processo de divinização do sistema europeu e depois norte-americano: significa des/historificar a totalidade social, dialetizar negativamente um processo que tem origem, crescimento e plenitude. A divinização leva a um outro processo, à fetichização, que apresenta uma compreensão não/histórica da totalidade social vigente. A fetichização consiste, então, na identificação da estrutura atual com a natureza, ou seja, ela está aí, está colocada por vontade divina.

As massas, enquanto excluídas e passivas, vivem a ideologia das classes dominantes, pois o sistema apresenta de forma ambígua ideais utópicos que oferecem respostas às suas necessidades. Ao aceitar a religião super-estrutural da classe dominante enquanto rito simbólico do triunfo dos dominadores e derrota dos dominados, as massas vivem sob a resignação passiva, a paciência derrotista e a humildade aparente.

A miséria religiosa é expressão da miséria real, entretanto, é também uma forma de protesto contra a miséria real. A religião é o suspiro da pessoa excluída, carente de sentido pleno de vida. A necessidade da religião em abandonar as ilusões sobre sua própria situação é a exigência de que abandone uma situação que necessita de ilusões. Por isso, a crítica da religião é a crítica do sofrimento enquanto expressão de santidade. A crítica da religião não descarta as necessidades reais daqueles que carecem de bens e possibilidades. A crítica da religião denuncia o mito da prosperidade mágica, para que o ser humano pense, para que atue e transforme sua realidade como pessoa consciente.

A tarefa do político cristão solidário consiste em verificar a verdade que está aqui. E é tarefa do cristianismo solidário, que se encontra ao serviço da vida, uma vez que está desmascarada a santidade da auto-alienação humana, desmascarar a auto-alienação em suas formas não santas. De tal modo que a crítica do céu se transforme em crítica da terra, e a crítica da religião em crítica da política.

A expressão religião infra-estrutural indica a anterioridade da responsabilidade prática que se tem com o excluído dentro do sistema. Essa anterioridade não diz respeito exclusivamente à super-estrutura de um sistema futuro, mas diz respeito também à sua infra-estrutura. O ser humano religioso transcende o sistema vigente de dominação e vê como sua responsabilidade o serviço ao excluído. A religião nesse caso é a instauração de uma nova praxe. O fato de que a praxe religiosa infra-estrutural possa se tornar super-estrutural não nega o fato de que a crítica profética continua a irromper na história. Essa presença de responsabilidade social com o excluído mostra a vigência do clamor profético e funciona como freio das pressões alienadas e super-estruturais.

O ateísmo, enquanto negação dessa necessidade de essencialidade, perde sentido, pois, ao negar o Absoluto, afirma mediante a negação a existência do ser humano. Mas o cristianismo solidário não necessita dessa mediação, pois surge enquanto consciência sensível, teórica e prática do ser humano. É autoconsciência positiva do ser humano, não mediada pela superação da religião, do mesmo modo que a vida real é realidade positiva para o ser humano, não mediada pela superação da propriedade privada. O cristianismo solidário surge como negação da negação da emancipação e da recuperação humana, é o princípio dinâmico do porvir, mas não é em si a finalidade do desenvolvimento humano, a forma última e única da sociedade humana.

A militância religiosa faz parte de uma luta mais ampla, onde a religião infra-estrutural cumpre papel de aliado estratégico, levando o militante religioso a assumir tarefas, praxes nos níveis político, econômico e não apenas ideológico. O ateísmo, por isso, oculta, pois fecha as portas ao aliado estratégico, à religião infra-estrutural, que se fará presente enquanto houver seres humanos obstinados pela responsabilidade diante do excluído, sentido incondicional de justiça, esperança de um novo cairos.       

Assim, para o político cristão a história universal é produção humana a partir do trabalho humano, que transforma a natureza e produz o nascimento do ser humano em sociedade. É nesse processo permanente que o ser humano constrói sua essencialidade: do ser humano em direção ao ser humano, como essencialização da natureza, e da natureza para o ser humano, como existência humana. 

O êxito nesse processo depende das condições de possibilidade, ou seja, é impossível separar teoria e praxe. Por isso, uma teologia da vida deve saber integrar os princípios enunciados na escolha de fins, meios, e métodos que devem levar à praxe crítica do sujeito histórico, aqueles que estão excluídos do sistema-mundo. Este sistema-mundo ao impossibilitar a produção e reprodução da vida semeia doenças, fome, terror e morte. As vítimas são os seres humanos, cuja dignidade e vidas são destruídas. A globalidade excludente leva a um assassinato em massa e ao suicídio coletivo. Porém, a praxe do solidarismo enfrenta de um lado o anarquismo contrário à instituição e de outro o reformismo pró-integração. Por isso, estratégia e tática devem ser enquadradas dentro de princípios gerais, ético e crítico, a fim de que de forma factual ético-crítica se possa negar as causas da negação do excluído. Essa é uma luta des/construtiva, que exige meios proporcionais àqueles contra os quais a luta é travada. Mas, se a praxes traduz uma ação des/construtiva, promove transformações construtivas: leva à uma nova ordem com base num programa planejado que é realizado progressivamente, mas nunca totalmente.

mardi 26 novembre 2013

La grâce

LE COMMANDEMENT DE LA GRÂCE
André Loverini

Le titre de cet article aura peut-être surpris. Quand on parle de commandement, en effet, on pense loi. On ne pense pas grâce. Et pourtant...

La grâce au commencement
Le commandement n’est pas premier. Les deux récits de la Création disent, chacun à sa manière, que l’œuvre de Dieu n’a d’autre source que son amour. Le point de départ, ce à partir de quoi tout commence, c’est donc la grâce, si nous entendons par là l’œuvre absolument gratuite de Dieu en faveur de sa créature.
Il a préparé la Terre, pour en faire la demeure de l’humanité. En celle-ci, il a voulu trouver son « image », non pour jouir du plaisir égoïste que peut procurer un reflet, mais pour donner à des êtres qu’il a appelés à la vie la joie de lui ressembler. L’histoire de la création se conclut sur le verbe donner. « Je vous donne toute herbe qui porte sa semence... et tout arbre dont le fruit porte sa semence » (Gn 1,28). Ce don ne s’arrête pas au présent de l’herbe et de l’arbre, il s’ouvre sur l’avenir de la semence. Promesse de fidélité, sans autre motif que la grâce ! C’est toute la terre, enfin, que Dieu a confiée à l’homme comme à la femme, en leur disant : « dominez sur elle ». Grâce, évidemment : rien n’a été mérité, gagné ou conquis, tout a été donné.
Grâce encore au septième jour ! Le quatrième l’annonce : situé à égale distance du premier et du dernier, entre la lumière initiale et la paix qui clôt le récit, Dieu le choisit pour placer dans le ciel ces « lampes » dont l’un des rôles est de « marquer les fêtes ». Ainsi s’exprime son désir d’offrir à l’humanité, non seulement la régence terrienne, mais la relation aimante avec son créateur. La conclusion est ce jour sans fin, le septième, qui englobe notre histoire entière, y compris notre aujourd’hui, où ne cesse de retentir l’appel qu’a si bien compris l’auteur de la Lettre aux Hébreux : « aujourd’hui, si vous entendez sa voix, n’endurcissez pas votre cœur ! » (Hé 3,7.15 ; 4,7).
Grâce toujours, dans ce merveilleux récit de Gn 2 ! Quel soin Dieu ne prend-il pas de l’homme, en lui offrant le jardin d’Éden, et, déjà, en le pétrissant à partir d’une poussière inerte à laquelle il donne, par son souffle, la vie. Quelle attention que de l’avertir d’un danger possible, alors que tous les fruits du merveilleux jardin lui sont largement offerts! Quelle déférence que de lui laisser le soin de discerner, parmi tous les animaux, s’il est parmi eux quelque créature capable de lui être une « aide et un vis-à-vis » ! Et quel don que cette femme ! si proche et si différente, qui lui apporte ce qui lui manquait, et qui lui offre davantage et mieux encore : la possibilité d’aimer et d’être aimé. Et donc de ressembler à Dieu !
Grâce enfin, jusque dans la tragédie du troisième chapitre ! D’abord dans la délicatesse avec laquelle sont abordés les coupables, ensuite dans la promesse du libérateur (Gn 3,15b), enfin dans le don des fourrures (Gn 3,21) ! Ici apparaît la grâce dans des dimensions qu’elle ne présentait pas auparavant. À la bonté du projet, à la grandeur de la vocation, à la générosité des dons, viennent s’ajouter la compassion − le don des fourrures  − et le pardon − la promesse faite à Ève.

Au commencement, la Parole
 « Au commencement était la Parole ». Par ces mots, Jean signale la participation du « Fils Unique » à l’œuvre de la Création. Il souligne, en même temps, un des points de notre « ressemblance » à Dieu : la parole. Cette ressemblance est une grâce au-delà de toute mesure. Car « Dieu est amour », beauté et bonté inégalables ! Lui ressembler : quel programme ! Mais comment pourrait-on lui ressembler sans aimer, sans aimer comme Lui ? Et comment aimer sans parler ?
Parler, c’est s’exprimer, et donc se dire soi-même, s’offrir en quelque sorte aux autres. Ainsi Dieu, qui « se nomme » à Moïse, s’est déjà nommé dans sa création, pour finir par se nommer en Christ. Jean ne nous dit-il pas, à propos de celui-ci, qu’il est « la Parole de la vie », et qu’en lui « la vie s’est manifestée » (1 Jn 1,1.2) ?
Dieu, le Vivant, a créé l’homme pour que celui-ci puisse vivre devant lui, et donc avec lui. Accordée à l’humanité, la parole va bien plus loin que les échanges utilitaires, si nécessaires soient-ils, qu’elle rend possibles. Elle nous permet en outre de dire le monde, à la louange de son Créateur. Elle est l’instrument de notre pensée, l’outil de notre savoir et de notre sagesse. Elle nous élève sur les ailes de la poésie. Grâce à elle, nous nous rencontrons les uns les autres, nous nous découvrons, et nous pouvons dire notre amour les uns pour les autres. Parler n’est pas seulement s’offrir aux autres, c’est s’ouvrir à eux : aimer, et pouvoir être aimé.
Plus encore, la parole rend possible le dialogue avec Dieu. Ici apparaît l’un des aspects les plus extraordinaires (et pourtant nous le vivons dans l’ordinaire de nos jours) de la grâce divine. Non seulement nous pouvons entendre Dieu − s’il n’y avait rien de plus, notre rapport à lui ne pourrait être que celui de subordonnés à un chef, ou d’esclaves à un maître – mais nous pouvons lui parler. Le comble, c’est qu’il nous écoute. Si étonnant que cela puisse paraître, il se met, lui, à notre écoute ! Grâce encore, grâce toujours !

La grâce avant la Loi
La grâce est antérieure à la Loi. C’est « par la foi », et donc par grâce, qu’Abraham a été reconnu comme juste et cela bien avant qu’intervienne la Loi (Rm 4,13 et passim). Rien d’autre ne motive l’appel adressé au patriarche, pas plus que les promesses qui l’accompagnent (Gn 12,1-3). L’amour que Dieu lui porte est entièrement gratuit.
La Loi est venue avec Moïse. Elle est en elle-même une grâce. Elle devait aider le peuple élu à vivre. Mais, après la chute, la nature humaine en fait l’occasion du péché. Dès lors, la Loi peut faire naître en nous le désir de ce qu’elle interdit, nous plonger dans le désespoir de l’impardonnable culpabilité, devenir au contraire l’instrument  qui nous permet de nous absoudre tout en condamnant les autres, ou bien nous priver de la liberté que nous a acquise le Christ. Certes, elle « est sainte et le commandement est saint, juste et bon ». Mais elle est impuissante : seule la grâce peut. La Loi nous condamne : seule la grâce pardonne. La Loi « qui devait nous conduire à la vie nous donne la mort » (Rm 7,10). Seule la grâce donne la vie. Nous ne pouvons vivre que par elle.

Le commandement suprême.
À un Pharisien qui lui demande : « quel est, dans la Loi, le grand commandement ? » Jésus répond : « Tu aimeras le Seigneur ton Dieu de tout ton cœur, de toute ton âme, de toute ta force et de toute ta pensée : c’est là le grand, le premier commandement. Mais un second lui est semblable : ‘‘tu aimeras ton prochain comme toi-même’’ et il ajoute : « à ces deux commandements sont suspendus toute la Loi, et les prophètes » (Mt 22,35-40).
C’est là le grand commandement. Ici se découvrent le cœur, le fond, la réalité à la fois première et dernière. Car de lui dépendent « toute la Loi et les prophètes », autrement dit : tout le message de l’A. T. et son accomplissement en Christ. Ce qui a inspiré la Loi et les prophètes, c’est l’amour de Dieu qui aboutit à la croix.
Ce commandement ne nous dit pas ce que nous devons faire. Il affirme ce que Dieu veut que nous soyons. Non pas des esclaves qu’on ne distingue guère des animaux ; non pas des serviteurs qui obéissent par peur ou par intérêt ; ni des mécaniques privées de toute liberté. Dans le commandement d’aimer, nous entendons, non pas la voix d’un souverain qui exige, comme il en a le droit, l’obéissance, mais celle du Dieu qui, toujours « a aimé le premier » (1 Jn 4,19) et qui veut que nous lui ressemblions..
Serait-ce à dire que nous hésitons à reconnaître la souveraineté de Dieu ?. Loin de nous une telle pensée ! Sans doute existe-t-il des exemples de souverains aimés par leurs sujets. Ce qui caractérise la relation entre un souverain et ses sujets, cependant, c’est le pouvoir, la force, la distance. L’amour n’y est pas nécessaire. Encore moins devrait-il être exigé. Or c’est lui qu’exige le commandement suprême. On pourrait même dire : il n’exige que l’amour.

La plus haute exigence
À l’amour vertigineux de Dieu, on ne peut vraiment répondre que par l’amour, et par quel amour ! Nos textes nous le disent, qui convoquent « tout notre cœur, toute notre âme, toute notre force et toute notre pensée ». Un amour absolu, sans limite : le plus haut, le plus désintéressé, le plus intelligent, le plus énergique, le plus exigeant.
Pourquoi une telle exigence ? Parce que l’amour de Dieu a exigé davantage encore de lui-même. Parce qu’il est absolument gratuit, immérité, et ne trouve aucune justification dans les personnes qui en sont les objets. Dieu a aimé ceux qui ne l’aimaient pas, pardonné ceux qu’il aurait dû condamner. Il a accepté la mort du Fils bien-aimé en faveur de ceux-là mêmes qui étaient responsables de son supplice.
Aussi le commandement « tu aimeras le Seigneur » a-t-il plus de  force que n’aurait simplement (si l’on peut dire) un ordre souverain. Il nous élève au rang de fils. Il nous introduit dans l’intimité même de Celui qui est amour. Il nous bouleverse, parce que nous découvrons ce qu’est l’amour dans sa vérité. Il nous place devant la croix, ou plutôt devant le crucifié. Crucifié pour nous. Ressuscité pour nous. Et qui a vécu pour nous. Nous sommes les bien-aimés de Celui qui est amour ! Sous le commandement, nous entendons l’appel de celui qui nous aime.

La grâce pour vivre 
Au légiste qui vient de lui citer « le grand commandement », Jésus déclare : « fais cela et tu vivras » (Lc 10,28). Tu vivras, en effet, parce que tu ne vis pas encore ! Et pour que tu vives vraiment, il faut que tu changes dans « tout ton cœur, toute ton âme et toute ta pensée ».
Mais comment s’élever à une telle hauteur ? Comment devenir tels que nous ne sommes pas, tels que Jésus seul a été, tels qu’il est. Nous qui savons si mal aimer, comment pourrions-nous aimer ainsi ? Quel effort de la pensée, du cœur, de l’âme en serait-il capable ? Le commandement nous écrase, l’appel nous paralyse.
S’ouvre alors la porte d’or sur tous les possibles. Car ce que ni la chair ni le sang ne pouvaient, ce dont la loi était incapable, voici que cela nous est « donné ». L’amour, objet suprême du commandement, peut naître dans nos cœurs, non comme le résultat de nos pauvres efforts, mais comme le fruit de l’Esprit. Celui-ci n’habite-t-il pas en nous désormais ? Qui sommes-nous pourtant pour être les hôtes de Dieu ? Incapables, insuffisants, indignes ! Mais tellement aimés !
Le Saint-Esprit œuvre en nous, transformant notre intelligence, rectifiant nos erreurs, débusquant nos illusions, nous introduisant à la pensée de Dieu. Il éclaire à nos yeux les réalités du monde et le projet du Créateur. Il nous rend sensibles à la misère de notre prochain (fût-il le plus riche des humains !), il nous ouvre à l’amour fraternel (fût-ce pour le plus petit de nos frères). Il nous délivre de toutes nos idoles, même de celles que nous ne connaissions pas comme telles. Surtout, il nous découvre toute la profondeur de l’amour que Dieu nous porte, toutes les richesses de sa Parole, toute la noblesse de notre vocation. Ce qui nous était impossible, voici que nous apprenons, peu à peu, à le vouloir, à le désirer, à l’accomplir.
Telle est l’œuvre du Saint-Esprit. Mais nous ne sommes pas encore parvenus à la perfection. Sous le poids de vieilles habitudes, devant les révoltes de notre « nature » et la pression du monde, nous nous tournons vers notre Père : « renouvelle-nous la grâce de ton Saint-Esprit ! renouvelle en nous un esprit bien disposé ! Apprends-nous à aimer ! Apprends-nous à t’aimer ! »

La grâce pour finir
Tout est grâce dans nos vies en Jésus-Christ ! Et tout, dans nos vies, a pour but ultime de célébrer la grâce, de la manifester, d’en illustrer la suprême beauté. « Nous avons été choisis », en effet, « dès avant la fondation du monde, pour servir à la louange de la gloire de sa grâce ». Plus que la puissance, plus que l’intelligence, plus que la sagesse, plus que l’autorité – qui certes, chacune en son rang, méritent notre admiration −, plus que tout ce qui est au monde, la grâce de Dieu, qui a vaincu le péché, nos ignorances et nos révoltes, la grâce, généreuse jusqu’au sacrifice du Fils Bien-Aimé, peut inspirer nos vies et notre adoration. Elle est, par excellence, la gloire de Dieu.
C’est pourquoi le chrétien se sait libre ; libre de la liberté la plus belle : libre d’aimer vraiment. Aussi ne suit-il pas les principes du monde : il ne cherche ni les honneurs, ni le pouvoir, ni même la reconnaissance. Il donne sans esprit de retour, renonce aisément à ses droits, aime ceux qui le haïssent et bénit ceux qui le maudissent. Il vit selon la générosité de la grâce. Son modèle, c’est, évidemment, Jésus, l’agneau de Dieu, le Sauveur, le Seigneur. 

La grâce est la source et le couronnement de toute vie vraiment chrétienne.

André Loverini

vendredi 22 novembre 2013

Saremo felice!

Sejamos felizes!
A lembrar dias de verão em Florença
Por Jorge Pinheiro

Por que eu tenho que escrever tudo?
Tudo?
Não tudo! 
Tudo é muita coisa! 
Talvez apenas sobre Florença no dia depois da festa de São Pedro em Roma
Faz calor, quase quarenta
Claire Tenet, soprano, grazie, sonhos de imagens sobre os sons da velha Igreja
Via Por Santa Maria, ponte Vecchio
Fagotes abrindo o caminho para violinos, sinfonia Prokofiev n º 7
O ombro é tocado por um anjo que me diz desperta do sono sem acordar as folhas ao redor
Os tubos em um crescendo
O corpo pesa o peso e acho que abrucezzo
Isso é tudo? 
Tudo é muita coisa! 
Dante, onde está Dante? 
Está aqui, voou com seus amigos para dentro de nossas almas em um amanhecer mineiro
Sangram os sonhos greco-latinos, sonhos possuídos pelo violoncelo sem limites
Os sons sāo sinos da noite
E viva Florença
Augusta e bela!

Saremo felice!

Perché devo scrivere tutto?
Tutto?
Non tutto! 
Tutto è molto! 
Forse solo di Firenze il giorno dopo la festa di San Pietro a Roma
È caldo, quasi quaranta
Claire Tenet, soprano, grazie, sogni di immagini, i suoni dell'antica chiesa
Via Por Santa Maria, ponte Vecchio
Fagotti spianando la strada per violini Sinfonia n. 7 di Prokof'ev
La spalla è toccata da un angelo che mi dice che si risveglia dal sonno senza risveglio delle foglie intorno
I tubi in un crescenti
Il corpo pesa il peso e penso che abruzzese
Questo è tutto? 
Tutto è molto! 
Dante, dov'è Dante? 
Sono qui, ha volato con i suoi amici nella nostra anima in un minatore di Alba
Sanguinare il greco-latino di sogni, di proprietà di violoncello sogni senza limite
I suoni sono campane della sera
E vivere Firenze
Augusta e bella!

Sucesso na velhice

הצלחה – Sucesso, que o Eterno abençoe as obras das suas mãos!
Hatzlakha rabbah! – Boa sorte!

A velhice é uma certeza, se você tem saúde e não morrer de bala. Dedico às velhas e velhos queridos. E àquelas que estão se preparando para chegar lá. JP.

“Derrama sobre nós a tua graça, ó Senhor, nosso Deus! Dá-nos sucesso em tudo o que fizermos. Sim, dá-nos sucesso em tudo”. Salmo 90.17.

1. Sucesso na velhice?

Nesta canção, Moisés mostra que Deus é o Eterno. Deus do passado, do presente e do futuro. É Ele quem define o tempo de vida das pessoas. Sabe que para Ele mil anos é como se fosse um dia. Por isso, Moisés deposita sua fé no Eterno. E fé é fundamental -- sem ela não há sucesso. 

A partir de Deus, nossa mente descobre novas formas de fazer, de resolver problemas. Isso é sabedoria, que nasce do temor diante da autoridade e soberania de Deus. E sem sabedoria não há sucesso. 

"Desta maneira, quem não sabe que tudo o que acontece é obra do Senhor? Pois na sua mão está a vida de todos os seres vivos e o espírito que anima todos os seres humanos. O ouvido sabe distinguir as palavras, como o paladar distingue o sabor que lhe agrada. A velhice dá sabedoria, uma vida longa produz inteligência. Por isso, ele tem a sabedoria e o poder, compreende e percebe tudo". (Jó 12:9-13)

A este elemento -- a sabedoria -- podemos chamar de fator crítico de sucesso, ou seja, aquilo que é necessário para que um projeto realize seu objetivo, sua missão. 

E se o Eterno nos deu tempo de vida, Ele nos deu, enquanto esse tempo durar, o objetivo de realização pessoal, debaixo de sua graça.

2. As nossas limitações

Moisés em sua canção mostra que as pessoas são falhas e erram seus alvos existenciais. Somos tentados pela superficialidade dos desejos de nossa natureza humana, cobiça e soberba que nos levam por caminhos errados, por maldades, iras e culpas. Por isso, o hebreu diz que devemos saber contar cada dia de nossa vida para que tenhamos um coração cheio de sabedoria. 

Moisés está dizendo que não há sucesso, seja na juventude, maturidade ou velhice, quando não encaramos da forma certa o que pretendemos fazer. Devemos reconhecer nossa dependência do Eterno para ir mais longe, para superar a carga social da limitação da idade e consequentemente nossos medos. O sucesso é destino do Eterno para nossas vidas em todas as idades, pois não depende apenas de capacidade, mas de visão. 

Donde, de forma jocosa, uma pergunta:



Praticamente todas as respostas têm sua razão de ser, mas não respondem a questão central. Então, vamos em frente.

3. Vida plena

Sucesso significa otimizar resultados. Se você descer ladeira abaixo você está em apuros, porque só existe uma maneira de ter sucesso nessa empreitada é fazendo skating. Você sabe qual é o caminho? Isso é importante, porque nenhuma estrada é um caminho fácil, mas pior ainda é quando se vai na direção contrária ao sucesso. E Moisés clama por amor, alegria e felicidade porque sabe que essas bênçãos pavimentam o caminho da realização plena de nossa humanidade. 

E de forma prática, pede que ao Eterno que abençoe as obras de nossas mãos. O nosso fazer, os nossos modos de fazer, nossos planos e objetivos. Mas, lembre-se: o saber fazer é importante, porém mais importante são os valores que movem você, se você, de fato, acredita que Deus está nesse negócio. Se tem a certeza que está fazendo a coisa certa e de que o Eterno está com você, então você está na direção certa. Começou a trilhar o caminho do sucesso nesta idade que Deus lhe deu.

Do pastor e amigo, Jorge Pinheiro. 

mardi 19 novembre 2013

O que aprendemos com os sacerdotes medo-persas

Para você preparar o seu sermão do Dia de Reis
Por Jorge Pinheiro

Mateus 2.1-12

1. Quem eram os magoi?

O historiador grego Heródoto (ap. 480-ap. 425 a.C.) diz que os magos eram uma tribo  de sacerdotes medos, sob os reis aquemênidas (séculos VI-IV a.C.). Diz Heródoto: 

"As tribos dos medos são as seguintes: os busos, os paretacenos, os estrúcatos, os arizantos, os búdios e os magos" (História I,101)... 

"Astiages relatou a visão que tivera em sonho aos intérpretes magos, e ficou apavorado ao ouvir as suas palavras" (História I,107)... 

"Astiages (...) para decidir a sorte de Ciros, mandou chamar os mesmos magos que, como dissemos, tinham interpretado seu sonho; quando eles chegaram Astiages lhes perguntou qual havia sido a sua interpretação da visão. Os magos lhe deram a mesma resposta anterior: disseram que o menino teria fatalmente reinado" (História I, 120)... 

"Dizendo essas palavras ele [Astiages] mandou primeiro empalar os magos intérpretes de sonhos, que o haviam convencido a deixar Ciros viver" (História I, 128)... 

"Sua maneira de sacrificar aos deuses é a seguinte (...) Depois de a carne ser arrumada dessa maneira um mago se aproxima e canta por cima dela uma teogonia (dizem que esse é o assunto de seu canto); ninguém tem o direito de oferecer um sacrifício sem a presença de um mago" (HERODOTOS, História. Brasília: Editora da UnB, 1985. Sobre os magos, cf. YAMAUCHI, E. M. Persia and the Bible. Grand Rapids, MI: Baker Books, 1996, p. 467-491).

O geógrafo grego Estrabão (ap. 64 a.C.-19 d.C.) diz que os magos oferecem libações e sacrifícios diante do altar do fogo: 

"Na Capadócia (pois ali a seita dos Magos, que são também chamados Pýraithoi ['acendedores de fogo'], é grande e neste país há também muitos templos dos deuses persas) o povo..." (STRABO, Geography, Books 15-16. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1995. Sobre as libações, cf. Geografia 15.3.14). 

O escritor ateniense Xenofonte (ap. 430- ap.355 a.C.), em sua obra Ciropedia 4.5.14, faz a mesma afirmação sobre as libações.

Quando Cambises estava no Egito, lutando para conquistá-lo em 525 a.C., um mago chamado Bardiya/Smerdis, fazendo-se passar por irmão de Cambises, tomou o poder na Pérsia, sendo, em seguida, derrotado por Dario I. Na famosa inscrição no rochedo de Behistun, o impostor, também conhecido como Gaumata, é chamado por Dario, em Persa Antigo, de magush. Aliás, palavra de sentido incerto. Sugeriu-se que possa vir do Proto-Indo-Europeu magh- = "ser capaz de".

Os persas usaram derivações da palavra magush como uma palavra para "sacerdote" até o fim da era sassânida, por volta de 650 d.C. Um sacerdote comum era chamado mog e o sacerdote chefe era magupat, "senhor dos magos". 

A relação dos magos com Zaratustra é controvertida, assim como a religião dos magos sob os aquemênidas. É possível que os magos medos tenham sido substituídos por Dario I pelos magos persas - que aceitavam o zoroastrismo - após a revolta de Gaumata. De qualquer maneira, em muitos escritos antigos, os magos aparecem associados ao zoroastrismo e a Zaratustra. Na época helenística os magos aparecem também cada vez mais associados à astrologia. E Zaratustra com eles ([YAMAUCHI, E. M. Persia and the Bible, p. 467-474. "Zoroastro" é apenas outra forma, derivada do grego, para falar do mesmo Zaratustra)

2. Melquior, Gaspar e Baltazar e seus presentes

Os presentes dos sacerdotes em Mateus 2,11 - ouro, incenso e mirra - traduzem o que o Menino significava para os eles.

Isaías 60,6 diz a propósito do esplendor de Jerusalém, glorificada por Iahweh, que recebe as riquezas vindas das nações pelas mãos de seus reis e de seus povos: 

"Uma horda de camelos te inundará
os camelinhos de Madiã e Efa;
todos virão de Sabá
trazendo ouro e incenso
e proclamando os louvores de Iahweh".

E o Salmo 72,10-11 diz:

"Os reis de Társis e das ilhas vão trazer-lhe ofertas.
Os reis de Sabá e Seba vão pagar-lhe tributo;
todos os reis se prostrarão diante dele,
as nações todas o servirão".

O ouro de Ofir (no sudoeste da Arábia), o incenso e a mirra do Iêmen (Sabá, na Bíblia) e da Somália.

Os Pais da Igreja
Tertuliano os chamou de reis.

Justino Mártir, Tertuliano e Epifânio, sabedores da origem dos presentes, disseram que eles vinham da Arábia.

Clemente de Alexandria, Cirilo de Alexandria, 
São João Crisóstomo, Orígenes, que eram da Pérsia.

Uma história persa relatada no Evangelho Siro-Árabe da Infância conta:

Nesta mesma noite, um anjo da guarda foi mandado à Pérsia e apareceu às pessoas do país na forma de uma estrela muito brilhante, a qual iluminou toda a terra dos persas. Ora, como no dia 25 do primeiro kanun - festa da natividade de Cristo - celebrava-se uma grande festa na casa de todos os persas adoradores do fogo e das estrelas, os magos, com grande pompa, celebravam magnificamente sua solenidade, quando, de repente, uma luz viva brilhou por cima de suas cabeças. Deixando seus reis, suas festas, todos os seus divertimentos e suas casas, saíram para apreciar o espetáculo. Viram no céu uma estrela brilhante em cima da Pérsia. Pelo seu brilho, ela se assemelhava a um grande sol.

E seus reis disseram aos sacerdotes em sua língua: "Que sinal é este que estamos vendo?" E eles, como por adivinhação, disseram: "Nasceu o rei dos reis, o deus dos deuses, a luz emanada da luz. Eis que um dos deuses veio anunciar-nos seu nascimento para irmos oferecer-lhe presentes e adorá-lo".

Levantaram-se então todos, chefes, magistrados, generais, e disseram aos seus sacerdotes: "Que presentes convém levarmos?" E os sacerdotes lhes disseram: "Ouro, mirra e incenso".

Então os três reis, filhos dos reis da Pérsia, tomaram, como que por uma disposição misteriosa, um, três libras de mirra, o outro, três libras de ouro, e o terceiro, três libras de incenso. Estavam revestidos de seus preciosos indumentos, a tiara na cabeça e seu tesouro nas mãos. Ao canto do galo, deixaram seu país, com nove homens que os acompanhavam, e partiram, precedidos da estrela que lhes tinha aparecido.

O Excerpta Latina Barbari, um manuscrito latino traduzido do grego, do século VI, conservado na Biblioteca Nacional de Paris, nomeia os magos como Bithisarea, Meliquior e Gathaspa.

Um tratado atribuído a Beda, monge do mosteiro de Jarrow, Inglaterra, ca. 673-735), chamado Excerpta et Collectanea chama os magos de Melquior, Gaspar e Baltazar. E foram estes os nomes que prevaleceram. Diz o texto:

Melquior, um homem velho com cabelos brancos e longa barba... ofereceu ouro para o Senhor como a um rei. O segundo, de nome Gaspar, jovem, imberbe e de pele avermelhada... honrou-o como Deus com seu presente de incenso, oferenda digna da divindade. O terceiro, de pele negra e de barba cerrada, chamado Baltazar... com o seu presente de mirra testemunhou o Filho do Homem que deveria morrer (YAMAUCHI, E. M. Persia and the Bible, p. 486-487). 

O nome Melquior significa "meu Rei é luz"; Baltazar (que Deus Baal/Senhor proteja o rei) derivado do nome babilônico dado a Daniel, "Belteshazzar" (cf. Dn 1,7); Gaspar  (Gisbar / Gasparinu, tesoureiro) pode vir do nome indiano Gundaphorus, segundo Edwin M. Yamauchi, o. c., p. 486, nota 115.22].

Quando o veneziano Marco Polo (ca.1254-ca.1324) viajou para a Pérsia, as tumbas dos magos lhe foram mostradas.

Ouro, porque Ele é Rei

"Puseram acima da sua cabeça uma tabuleta onde estava escrito como acusação contra ele: 'Este é Jesus, o Rei dos Judeus'.” (Mateus 27:37 NTLH)

Incenso, porque Ele é Deus

"Em seguida disse a Tomé: — Veja as minhas mãos e ponha o seu dedo nelas. Estenda a mão e ponha no meu lado. Pare de duvidar e creia! Então Tomé exclamou: — Meu Senhor e meu Deus!" (João 20:27, 28 NTLH)

Mirra, porque Ele se fez humano e morreu por nós

"Depois disso, José, da cidade de Arimateia, pediu licença a Pilatos para levar o corpo de Jesus. (José era seguidor de Jesus, mas em segredo porque tinha medo dos líderes judeus.) Pilatos deu licença, e José foi e retirou o corpo de Jesus.  Nicodemos, aquele que tinha ido falar com Jesus à noite, foi com José, levando uns trinta e cinco quilos de uma mistura de aloés e mirra. Os dois homens pegaram o corpo de Jesus e o enrolaram em lençóis nos quais haviam espalhado essa mistura. Era assim que os judeus preparavam os corpos dos mortos para serem sepultados". (João 19:38-40 NTLH)

Esses sacerdotes nos ensinam o que é adoração

1. Determinação -- vieram do Oriente até Jerusalém. Da Pérsia, atual Irã, cerca de 1.800 km.

2. Generosidade -- deram do melhor.

"Entraram na casa e encontraram o menino com Maria, a sua mãe. Então se ajoelharam diante dele e o adoraram. Depois abriram os seus cofres e lhe ofereceram presentes: ouro, incenso e mirra". (Mateus 2:11 NTLH)

3. Obediência -- " em sonho Deus os avisou que não voltassem para falar com Herodes. Por isso, voltaram para a sua terra por outro caminho". Mateus 2.12.



mardi 5 novembre 2013

Tiago, o proto-Evangelho

A INFÂNCIA DE CRISTO SEGUNDO TIAGO

 

A Natividade de Maria

Segundo narram as memórias das doze tribos de Israel, havia um homem muito rico, de

nome Joaquim, que fazia suas oferendas em quantidade dobrada, dizendo:

— O que sobra, ofereça-o para todo o povoado e o devido na expiação de meus pecados

será para o Senhor, a fim de ganhar-lhe as boas graças.

Chegou a grande festa do Senhor, na qual os filhos de Israel devem oferecer seus

donativos. Rubem se pôs à frente de Joaquim, dizendo-lhe:

— Não te é lícito oferecer tuas dádivas, enquanto não tiveres gerado um rebento em

Israel.

Joaquim mortificou-se tanto que se dirigiu aos arquivos de Israel, com intenção de

consultar o censo genealógico e verificar se, porventura, teria sido ele o único que não

havia tido prosperidade em seu povoado.

Examinando os pergaminhos, constatou que todos os justos haviam gerado

descendentes. Lembrou-se, por exemplo, de como o Senhor deu Isaac ao patriarca Abraão,

em seus derradeiros anos de vida.

Joaquim ficou muito atormentado, não procurou sua mulher e se retirou para o deserto.

Ali armou sua tenda e jejuou por quarenta dias e quarenta noites, dizendo:

— Não sairei daqui nem sequer para comer ou beber, até que não me visite o Senhor

meu Deus. Que minhas preces me sirvam de comida e de bebida.

Ana lamentava-se e gemia dolorosamente, dizendo:

— Chorarei minha viuvez e minha esterilidade.

Chegou, porém, a grande festa do Senhor e disse-lhe Judite, sua criada:

— Até quando vais humilhar tua alma? Já é chegada a festa maior e não te é lícito

entristecer-te. Toma este lenço de cabeça, que me foi dado pela dona da tecelagem, já que

não posso cingir-me com ele por ser eu de condição servil e levar ele ao selo real.

Disse Ana:

— Afasta-te de mim, pois que não fiz tal coisa e, além do mais, o Senhor já me

humilhou em demasia para que eu o use. A não ser que algum malfeitor o haja dado e

tenhas vindo para fazer-me também cúmplice do pecado.

Replicou Judite:

— Que motivo tenho eu para maldizer-te, se o Senhor já te amaldiçoou não te dando

fruto de Israel?

Ana, ainda que profundamente triste, despiu suas vestes de luto, cingiu-se com um

toucado, vestiu suas roupas de bodas e desceu, na hora nona, ao jardim para passear. Ali viu

um loureiro, assentou-se à sua sombra e orou ao Senhor, dizendo:

— Ó Deus de nossos pais! Ouve-me e bendize-me da maneira que bendisseste o ventre

de Sara, dando-lhe como filho Isaac!

Tendo elevado seus olhos aos céus, viu um ninho de passarinhos no loureiro e

novamente lamentou-se dizendo:

— Ai de mim! Por que nasci e em que hora fui concebida? Vim ao mundo para ser

como terra maldita entre os filhos de Israel. Estes me cumularam de injúrias e me

escorraçaram do templo de Deus. Ai de mim! A quem me assemelho eu? Não às aves do

céu, pois elas são fecundas em tua presença, Senhor. Ai de mim! A quem me pareço eu?

Não às bestas da terra, pois que até esses animais irracionais são prolíficos ante teus olhos,

Senhor. Ai de mim! A quem me posso comparar? Nem sequer a estas águas, porque até elas

são férteis diante de ti, Senhor. Ai de mim! A quem me igualo eu? Nem sequer a esta terra,

porque ela também é fecundada, dando seus frutos na ocasião própria e te bendiz, Senhor.

Eis que se lhe apresentou o anjo de Deus, dizendo-lhe:

— Ana, Ana, o Senhor escutou teus rogos! Conceberás e darás à luz e de tua prole se

falará em todo o mundo.

Ana respondeu:

— Viva o Senhor meu Deus, que, se chegar a ter algum fruto de bênção, seja menino ou

menina, levá-lo-ei como oferenda ao Senhor e estará a seu serviço todos os dias de sua

vida.

Então vieram a ela dois mensageiros com este recado:

— Joaquim, teu marido, está de volta com seus rebanhos, pois que um anjo de Deus

desceu até ele e lhe disse que o Senhor escutou seus rogos e que Ana, sua mulher, vai

conceber em seu ventre.

Tendo saído Joaquim, mandou que seus pastores lhe trouxessem dez ovelhas sem

mancha.

Disse ele:

— Estas serão para o Senhor.

Mandou, então separar doze novilhas de leite, dizendo:

— Estas serão para os sacerdotes e para o sinédrio.

Finalmente, mandou apartar cem cabritos para todo o povoado.

Ao chegar Joaquim com seus rebanhos, estava Ana à porta e, ao vê-lo chegar, pôs-se a

correr e atirou-se ao seu pescoço dizendo:

— Agora vejo que Deus me bendisse copiosamente, pois, sendo viúva, deixo de sê-lo e,

sendo estéril, vou conceber em meu ventre.

Então Joaquim repousou naquele dia em sua casa.

No dia seguinte, ao ir oferecer sua dádivas ao Senhor, dizia para consigo mesmo:

— Saberei se Deus me vai ser favorável se eu chegar a ver o éfode do sacerdote.

Ao oferecer o sacrifício, observou o éfode do sacerdote, quando este se acercava do

altar de Deus, e, não encontrando pecado algum em sua consciência, disse:

— Agora vejo que o Senhor houve por bem perdoar todos os meus pecados.

Desceu Joaquim justificado do templo e foi para casa. O tempo de Ana cumpriu-se e no

nono mês deu à luz.

Perguntou à parteira:

— A quem dei à luz?

A parteira respondeu:

— Uma menina.

Então Ana exclamou:

— Minha alma foi enaltecida — e reclinou a menina no berço.

Ao fim do tempo marcado pela lei, Ana purificou-se, deu o peito à menina e pôs-lhe o

nome de Maria.

Dia a dia a menina ia robustecendo-se. Ao chegar aos seis meses, sua mãe deixou-a só

no chão, para ver se sustentava-se de pé. Ela, depois de andar sete passos, voltou ao regaço

de sua mãe. Esta levantou-se, dizendo:

— Salve o Senhor! Não andarás mais por este solo, até que te leve ao templo do

Senhor.

Fez-lhe um oratório em sua casa e não consentiu que nenhuma coisa vulgar ou impura

passasse por suas mãos. Chamou, além disso, umas donzelas hebréias, todas virgens, para

que a entretivessem.

Quando a menina completou um ano, Joaquim deu um grande banquete, para o qual

convidou os sacerdotes, os escribas, o sinédrio e todo o povo de Israel. Apresentou a

menina aos sacerdotes, que a abençoaram assim:

— Ó Deus de nossos pais, bendiz esta menina e dá-lhe um nome glorioso e eterno por

todas as gerações.

Ao que todo o povo respondeu:

— Assim seja, assim seja! Amém!

Apresentou-a também Joaquim aos príncipes e aos sacerdotes e estes a abençoaram

assim:

— Ó Deus Altíssimo, põe teus olhos nesta menina e outorga-lhe uma bênção perfeita,

dessas que excluem as ulteriores.

Sua mãe levou-a ao oratório de sua casa e deu-lhe o peito. Compôs, então, um hino ao

Senhor Deus, dizendo:

— Entoarei um cântico ao Senhor meu Deus, porque me visitaste, afastaste de mim o

opróbrio de meus inimigos e me deste um fruto santo, que é único e múltiplo a seus olhos.

Quem dará aos filhos de Rubem a notícia de que Ana está amamentando? Ouvi, ouvi, ó

Doze Tribos de Israel: Ana está amamentando!

Tendo deixado a menina para que repousasse na câmara onde havia o oratório, saiu e

pôs-se a servir os comensais. Estes, uma vez terminada a ceia, saíram regozijando-se e

louvando ao Deus de Israel.

Entretanto, os meses iam-se passando para a menina. Ao fazer dois anos, disse Joaquim

a Ana:

— Levemo-la ao templo do Senhor para cumprir a promessa que fizemos, para que

Senhor não a reclame e nossa oferenda se torne inaceitável a seus olhos.

Ana respondeu:

— Esperamos, todavia, até que complete três anos, para que a menina não tenha

saudades de nós.

Joaquim respondeu:

— Esperaremos.

Ao chegar aos três anos, disse Joaquim:

— Chama as donzelas hebréias que não têm mancha e que tomem, duas a duas, uma

candeia acesa e a acompanhem, para que a menina não olhe para trás e seu coração seja

cativado por alguma coisa fora do templo de Deus.

Assim fizeram enquanto iam subindo ao templo de Deus. Lá recebeu-a o sacerdote, o

qual, depois de tê-la beijado, abençoou-a e exclamou:

— O Senhor engrandeceu teu nome diante de todas as gerações, pois que, no final dos

tempos, manifestará em ti sua redenção aos filhos de Israel.

Fê-la sentar-se no terceiro degrau do altar. O Senhor derramou graças sobre a menina,

que dançou cativando toda a casa de Israel.

Saíram, então, seus pais, cheios de admiração, louvando ao Senhor Deus porque a

menina não havia olhado para trás. Maria permaneceu no templo como uma pombinha,

recebendo alimento pelas mãos de um anjo.

Ao completar doze anos, os sacerdotes reuniram-se para deliberar, dizendo:

— Eis que Maria cumpriu doze anos no templo do Senhor. Que faremos para que ela

não chegue a manchar o santuário?

Disseram ao sumo sacerdote:

— Tu que tens o altar ao teu cargo, entra e ora por ela. O que o Senhor te disser, isso

será o que haveremos de fazer.

O sumo sacerdote, cingindo-se com o manto das doze sinetas, entrou no Santo dos

Santos e orou por ela. Eis que um anjo do Senhor apareceu, dizendo-lhe:

— Zacarias, Zacarias, sai e reúne a todos os viúvos do povoado. Que cada um venha

com um bastão e o daquele em que o Senhor fizer um sinal singular, deste será ela a esposa.

Saíram os arautos por toda a região da Judéia e, ao soar a trombeta do Senhor, todos

acudiram.

José, deixando de lado sua acha, uniu-se a eles. Uma vez que se juntaram todos,

tomaram cada qual seu bastão e puseram-se a caminho, à procura do sumo sacerdote. Este

tomou todos os bastões, entrou no templo e pôs-se a orar. Terminadas as suas preces,

tomou de novo os bastões e os entregou, mas em nenhum deles apareceu sinal algum.

Porém, ao pegar José o último, eis que uma pomba saiu dele e se pôs a voar sobre sua

cabeça. Então o sacerdote disse:

— A ti coube a sorte de receber sob tua custódia a Virgem do Senhor.

José replicou:

— Tenho filhos e sou velho, enquanto que ela é uma menina. Não gostaria de ser objeto

de zombaria por parte dos filhos de Israel.

Então tornou o sacerdote:

— Teme ao Senhor teu Deus e tem presente o que fez Ele com Datan, Abiron e Corê,

de como abriu-se a terra e foram sepultados por sua rebelião. Teme agora tu também, José,

para que não aconteça o mesmo a tua casa.

Ele, cheio de temor, recebeu-a sob proteção. Depois, disse-lhe:

— Tomei-te do templo. Deixo-te agora em minha casa e vou continuar minhas

construções. Logo voltarei. O Senhor te guardará.

Os sacerdotes, então, reuniram-se e concordaram em fazer um véu para o templo do

Senhor.

O sumo sacerdote disse:

— Chama algumas donzelas sem mancha, da tribo de Davi.

Os ministros se foram e, depois de terem procurado, encontraram sete virgens. Então o

sacerdote lembrou-se de Maria, a jovenzinha que, sendo de estirpe davídica, se conservava

imaculada aos olhos de Deus. Os emissários foram buscá-la.

Depois de as terem introduzido no templo, disse o sacerdote:

— Vejamos qual há de bordar o ouro, o amianto, o linho, a seda, o zircão, o escarlate e

a verdadeira púrpura.

O escarlate e a verdadeira púrpura couberam a Maria que, tomando-as, foi para casa.

Naquela época, Zacarias ficou mudo, sendo substituído por Samuel, até quando pôde

falar novamente. Maria tomou em suas mãos o escarlate e pôs-se a tecê-lo.

Certo dia, pegou Maria um cântaro e foi enchê-lo de água. Eis que ouviu uma voz que

lhe dizia:

— Deus te salve, cheia de graça! O Senhor está contigo, bendita és entre as mulheres!

Ela olhou a sua volta, à direita, à esquerda, para ver de onde vinha aquela voz.

Tremendo, voltou para casa, deixou a ânfora, pegou a púrpura, sentou-se no divã e pôs-se a

tecê-la. Logo um anjo do Senhor apresentou-se diante dela, dizendo:

— Não temas, Maria, pois alcançaste graça ante o Senhor onipotente e vais conceber

por Sua palavra!

Ela, ao ouví-lo, ficou perplexa e disse consigo mesma:

— Deverei eu conceber por virtude de Deus vivo e haverei de dar à luz como as demais

mulheres?

Ao que lhe respondeu o anjo:

— Não será assim, Maria, pois que a virtude do Senhor te cobrirá com sua sombra.

Depois, o fruto santo que deverá nascer de ti será chamado de Filho do Altíssimo. Chamarlhe-

ás Jesus, pois Ele salvará seu povo de suas iniqüidades. Então, disse Maria:

— Eis aqui a escrava do Senhor em Sua presença. Que isto aconteça a mim conforme

Sua palavra.

Concluído seu trabalho com a púrpura e o escarlate, levou-o ao sacerdote. Este a

abençoou dizendo:

— Maria, o Senhor enaltecer seu nome e serás bendita entre todas as gerações da terra.

Cheia de alegria, Maria foi à casa de sua parente Isabel. Chamou-a da porta e, ao ouvíla,

Isabel largou o escarlate, correu para a porta, abriu-a e, vendo Maria, louvou-a dizendo:

— Que fiz eu para que a mãe do meu Senhor venha a minha casa? Pois saiba que o

fruto que carrego em meu ventre se pôs a pular dentro de mim, como que para bendizer-se.

Maria havia se esquecido dos mistérios que o anjo Gabriel lhe comunicara, elevou os

olhos aos céus e disse:

— Quem sou eu, Senhor, para que todas as gerações me bendigam?

Passou três meses em casa de Isabel. Dia a dia seu ventre aumentava e, cheia de temor,

pôs-se a caminho de casa e escondia-se dos filhos de Israel. Quando sucederam essas

coisas, ela contava dezesseis anos.

Ao chegar Maria ao sexto mês de gravidez, voltou José de suas construções e, ao entrar

em casa, deu-se conta de que ela estava grávida. Então, feriu seu próprio rosto, jogou-se no

chão sobre uma manta e chorou amargamente, dizendo:

— Como é que me vou apresentar agora diante do meu Senhor? E que oração direi eu

agora por esta donzela, pois que a recebi virgem do templo do Senhor e não a soube

guardar? Será que a história de Adão se repetiu comigo? Assim como no instante em que

ela estava glorificando a Deus veio a serpente e, ao encontrar Eva sozinha, a enganou, o

mesmo me aconteceu.

Levantando-se, José chamou Maria e disse-lhe:

— Predileta como eras de Deus, como foste capaz de fazer isso? Acaso te esqueceste do

Senhor teu Deus? Com pudeste vilipendiar tua alma, tu que te criaste no Santo dos Santos e

recebeste alimento das mãos de um anjo?

Ela chorou amargamente dizendo:

— Sou pura e não conheço varão algum.

Replicou José:

— De onde, pois, provém o que carregas no seio?

Ao que Maria respondeu:

— Pelo Senhor, meu Deus, eu juro que não sei como aconteceu.

José encheu-se de temor, retirou-se da presença de Maria e pôs-se a pensar sobre o que

faria com ela. Dizia consigo próprio:

— Se escondo seu erro, contrario a lei do Senhor. Se a denuncio ao povo de Israel, temo

que o que acontecer a ela se deva a uma intervenção dos anjos e venha a entregar à morte

uma inocente. Como deverei proceder, pois? Mandá-la embora às escondidas.

Enquanto isso, caiu a noite. Eis que um anjo do Senhor lhe apareceu em sonhos,

dizendo-lhe:

— Não temas por esta donzela, pois o que ela carrega em suas entranhas é fruto do

Espírito Santo. Dará à luz um filho e lhe porás o nome de Jesus, pois que ele há de salvar

seu povo dos pecados.

Ao despertar, José levantou-se, glorificou a Deus de Israel por haver-lhe concedido tal

graça e continuou guardando Maria.

Por essa ocasião, veio à casa de José um escriba chamado Anás, que lhe disse:

— Por que não compareceste à nossa reunião?

Respondeu-lhe José:

— Estava cansado da caminhada e decidi repousar este primeiro dia.

Ao voltar-se, Anás deu-se conta da gravidez de Maria.

Então, correu ao sacerdote, dizendo-lhe:

— Esse José, por quem respondes, cometeu uma falta grave.

— Que queres dizer com isso? — perguntou o sacerdote. Ao que respondeu Anás:

— Pois violou aquela virgem que recebeu do templo de Deus, com fraude de seu

casamento e sem manifestá-lo ao povo de Israel.

Disse o sacerdote:

— Estás certo de que foi José que fez tal coisa?

Replicou Anás:

— Envia uma comissão e te certificarás de que a donzela está realmente grávida.

Saíram os emissário e encontraram-na tal qual havia dito Anás. Por isso levaram-na,

juntamente com José, ante o tribunal.

O sacerdote iniciou, dizendo:

— Maria, como fizeste tal coisa? Que te levou a vilipendiar tua alma e esquecer-te do

Senhor teu Deus? Tu que te criaste no Santo dos Santos, que recebias alimento das mãos de

um anjo, que escutaste os hinos e que dançavas na presença de Deus? Como fizeste isso?

Ela se pôs a chorar amargamente, dizendo:

— Juro pelo Senhor meu Deus que estou pura em sua presença e que não conheci

varão.

Então o sacerdote dirigiu-se a José, perguntando-lhe:

— Por que fizeste isso?

Replicou José:

— Juro pelo Senhor meu Deus, que me encontro puro com relação a ela.

Acrescentou o sacerdote:

— Não jures em falso! Dize a verdade! Usaste fraudulentamente o matrimônio e não o

deste a conhecer ao povo de Israel. Não abaixaste tua cabeça sob a mão poderosa de Deus,

por quem sua descendência havia sido bendita.

José guardou silêncio.

— Devolve, pois — continuou o sacerdote, — a virgem que recebeste do templo do

Senhor.

José ficou com os olhos marejados em lágrimas. Acrescentou ainda o sacerdote:

— Farei com que bebais da água da prova do Senhor e ela vos mostrará, diante de

vossos próprios olhos, vossos pecados.

Tomando da água, fez José bebê-la, enviando-o em seguida à montanha, de onde voltou

são e salvo. Fez o mesmo com Maria, enviando-a também à montanha, mas ela voltou sã e

salva.

Toda a cidade encheu-se de admiração ao ver que não havia pecado neles.

Disse o sacerdote:

— Posto que o Senhor não declarou vosso pecado, tampouco irei condenar-vos.

Então despediu-os. Tomando Maria, José voltou para casa cheio de alegria e louvado ao

Deus de Israel.

Veio uma ordem do imperador Augusto para que se fizesse o censo de todos os

habitantes de Belém da Judéia.

Disse José:

— A meus filhos posso recensear, mas que farei desta donzela? Como vou incluí-la no

censo? Como minha esposa? Envergonhou-me. Como minha filha? Mas já sabem todos os

filhos de Israel que não é! Este é o dia do Senhor, que se faça a sua vontade.

Selando sua asna, fez com que Maria se acomodasse sobre ela. Enquanto um de seus

filhos ia à frente, puxando o animal pelo cabresto, José os acompanhava. Quando estavam a

três milhas de distância de Belém, José virou-se para Maria e viu que ela estava triste.

Disse consigo mesmo:

— Deve ser a gravidez que lhe causa incômodo.

Ao voltar-se novamente, encontrou-a sorrindo e indagou-lhe:

— Maria, que acontece, pois que algumas vezes te vejo sorridente e outras triste?

Ela lhe disse:

— É que se apresentam dois povos diante de meus olhos: um que chora e se aflige e

outro que se alegra e se regozija.

Ao chegar à metade do caminho, disse Maria a José:

— Desça-me, porque o fruto de minhas entranhas luta por vir à luz.

Ele a ajudou a apear da asna, dizendo-lhe:

— Aonde poderia eu levar-te para resguardar teu pudor, já que estamos em campo

aberto?

Encontrando uma caverna, levou-a para dentro e, havendo deixado seus filhos com ela,

foi buscar uma parteira na região de Belém.

Eis que José encontrou-se andando, mas não podia avançar. Ao levantar seus olhos para

o espaço, pareceu lhe ver como se o ar estivesse estremecido de assombro.

Quando fixou vista no firmamento, encontrou-o estático e os pássaros do céu, imóveis.

Ao dirigir seu olhar à terra, viu um recipiente no solo e uns trabalhadores sentados em

atitude de comer, com suas mãos na vasilha.

Os que pareciam comer, na realidade não mastigavam, e os que estavam em atitude de

pegar a comida, tampouco a tiravam do prato. Finalmente, os que pareciam levar os

manjares à boca, não o faziam, ao contrário, tinham seus rostos voltados para cima.

Também havia umas ovelhas que estavam sendo tangidas, mas não davam um passo.

Estavam paradas. O pastor levantou sua destra para bater-lhes com um cajado, mas parou

sua mão no ar.

Ao dirigir seu olhar à corrente do rio, viu como uns cabritinhos punham nela seus

focinhos, mas não bebiam. Em uma palavra, todas as coisas estavam afastadas, por uns

instantes, de seu curso normal.

Então uma mulher que descia da montanha disse-lhe:

— Aonde vais?

Ao que ele respondeu:

— Ando procurando uma parteira hebréia.

Ela replicou:

— Mas és de Israel?

Ele respondeu:

— Sim.

— E quem é a que está dando à luz na caverna?

— É minha esposa.

— Então, não é tua mulher?

Ele respondeu:

— É Maria, a que se criou no templo do Senhor, e ainda que me tivesse sido dada por

mulher, não o é, pois que concebeu por virtude do Espírito Santo.

Insistiu a parteira:

— Isso é verdade?

José respondeu:

— Vem e verás.

Então a parteira se pôs a caminho junto com ele. Ao chegar à gruta, pararam, e eis que

esta estava sombreada por uma nuvem luminosa.

Exclamou a parteira:

— Minha alma foi engrandecida, porque meus olhos viram coisas incríveis, pois que

nasceu a salvação para Israel. De repente, a nuvem começou a sair da gruta e dentro

brilhou uma luz tão grande que seus olhos não podiam resistir. Esta, por um momento,

começou a diminuir tanto que deu para ver o menino que estava tomando o peito da mãe,

Maria. A parteira então deu um grito, dizendo:

— Grande é para mim o dia de hoje, já que pude ver com meus próprios olhos um novo

milagre.

Ao sair a parteira da gruta, veio ao seu encontro Salomé.

— Salomé, Salomé! — exclamou. — Tenho de te contar uma maravilha nunca vista.

Uma virgem deu à luz; coisa que, como sabes, não permite a natureza humana.

Salomé replicou:

— Pelo Senhor, meus Deus, não acreditarei em tal coisa, se não me for dado tocar com

os dedos e examinar sua natureza.

Havendo entrado a parteira, disse a Maria:

— Prepara-te, porque há entre nós uma grande querela em relação a ti.

Salomé, pois, introduziu seu dedo em sua natureza, mas, de repente, deu um grito,

dizendo:

— Ai de mim! Minha maldade e minha incredulidade é que têm a culpa! Por descrer do

Deus vivo, desprende-se de meu corpo minha mão carbonizada.

Dobrou os joelhos diante do Senhor, dizendo:

— Ó Deus de nossos pais! Lembra-te de mim, porque sou descendente de Abraão, Isaac

e Jacó! Não faças de mim um exemplo para os filhos de Israel! Devolve-me curada, porém,

aos pobres, pois que tu sabes, Senhor, que em teu nome exercia minhas curas, recebendo de

ti meu salário!

Apareceu um anjo do céu, dizendo-lhe:

— Salomé, Salomé, Deus escutou-te. Aproxima tua mão do menino, toma-o e haverá

para ti alegria e prazer.

Acercou-se Salomé e o tomou, dizendo:

— Adorar-te-ei, porque nasceste para ser o grande Rei de Israel.

De repente, sentiu-se curada e saiu em paz da gruta. Nisso ouviu uma voz que dizia:

— Salomé, Salomé, não contes as maravilhas que viste até estar o menino em

Jerusalém.

José dispôs-se a partir para Judéia. Por essa ocasião, sobreveio um grande tumulto em

Belém, pois vieram um magos dizendo:

— Aonde está o recém-nascido Rei dos Judeus, pois vimos sua estrela no Oriente e

viemos para adorá-lo?

Herodes, ao ouvir isso, perturbou-se. Enviou seus emissários aos magos e convocou os

príncipes e os sacerdotes, fazendo-lhes esta pergunta:

— Que está escrito em relação ao Messias? Aonde ele vai nascer?

Eles responderam:

— Em Belém da Judéia, segundo rezam as escrituras. Com isso, despachou-os e

interrogou os magos com estas palavras:

— Qual é o sinal que vistes em relação ao nascimento desse rei?

Responderam-lhes os magos:

— Vimos um astro muito grande, que brilhava entre as demais estrelas e as eclipsava,

fazendo-as desaparecer. Nisso soubemos que a Israel havia nascido um rei e viemos com a

intenção de adorá-lo.

Replicou Herodes:

— Ide e buscai-o, para que também possa eu ir adorá-lo!

Naquele instante, a estrela que haviam visto no Oriente voltou novamente a guiá-los,

até que chegaram à caverna e pousou sobre a entrada dela. Vieram, então, os magos a ter

com o Menino e Sua mãe, Maria, e tiraram oferendas de seus cofres: ouro, incenso e mirra.

Depois, avisados por um anjo para que não entrassem na Judéia, voltaram a suas terras

por outro caminho.

Ao dar-se conta Herodes de que havia sido enganado, encolerizou-se e enviou seus

sicários, dando-lhes a missão de assassinar todos os meninos de menos de dois anos.

Quando chegou até Maria a notícia da matança das crianças, encheu-se de temor e,

envolvendo seu filho em fraldas, colocou-o numa manjedoura.

Quando Isabel inteirou-se de que também buscavam a seu filho João, pegou-o e levou-o

a uma montanha. Pôs-se a ver onde haveria de escondê-lo, mas não havia um lugar bom

para isso. Entre soluços, exclamou em voz alta:

— Ó Montanha de Deus, recebe em teu seio a mãe com seu filho, pois que não posso

subir mais alto.

Nesse instante, abriu a montanha suas entranhas para recebê-los. Acompanhou-os uma

grande luz, pois estava com ele um anjo de Deus para guardá-los.

Herodes prosseguia na busca de João e enviou seus emissários a Zacarias para que lhe

dissessem:

— Aonde escondeste teu filho?

Ele respondeu desta maneira:

— Eu me ocupo do serviço de Deus e me encontro sempre no templo. Não sei onde está

meu filho.

Os emissários informaram a Herodes tudo o que se passara e ele encolerizou-se muito,

dizendo consigo mesmo:

— Deve ser seu filho que vai reinar em Israel.

Enviou, então, um outro recado, dizendo-lhe:

— Diga-nos a verdade sobre onde está teu filho, porque do contrário bem sabes que teu

sangue está sob minhas mãos.

Zacarias respondeu:

— Serei mártir do Senhor, se te atreveres a derramar meu sangue, porque minha alma

será recolhida pelo Senhor, ao ser segada uma vida inocente no vestíbulo do santuário. Ao

romper da aurora, foi assassinado Zacarias, sem que os filhos de Israel se dessem conta

desse crime.

Os sacerdotes se reuniram à hora da saudação, mas Zacarias não saiu a seu encontro,

como de costume, para abençoá-los. Puseram-se a esperá-lo para saudá-lo na oração e para

glorificar o Altíssimo.

Ante sua demora, começaram a ter medo. Tomando ânimo, um deles entrou, viu ao lado

do altar sangue coagulado e ouviu uma voz que dizia:

— Zacarias foi morto e não se limpará o seu sangue até que chegue o vingador.

Ao ouvir a voz, encheu-se de temor e saiu para informar os sacerdotes que, tomando

coragem, entraram e testemunharam o ocorrido. Então, os frisos do templo rangeram e eles

rasgaram suas vestes de alto a baixo.

Não encontraram o corpo, somente a poça de sangue coagulado. Cheios de temor,

saíram para informar a todo o povo que Zacarias havia sido assassinado. A notícia correu

em todas as tribos de Israel, que o choraram e guardaram luto por três dias e três noites.

Concluído esse tempo, reuniram-se os sacerdotes para deliberar sobre quem iriam pôr

em seu lugar. Recaiu a sorte sobre Simeão, pois, pelo Espírito Santo, havia sido assegurado

de que não veria a morte até que lhe fosse dado contemplar o Messias Encarnado.

Eu, Tiago, escrevi esta história. Ao levantar-se um grande tumulto em Jerusalém, por

ocasião da morte de Herodes, retirei-me ao deserto até que cessasse o motim, glorificando

ao Senhor meu Deus, que me concedeu a graça e a sabedoria necessárias para compor esta

narração.

Que a graça esteja com todos aqueles que temem a Nosso Senhor Jesus Cristo, para

quem deve ser a glória por todos os séculos dos séculos.

Amém.

Confraria As Três Graças (um jantar para seis pessoas)